Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
sábado, 14 de agosto de 2010
CUCURUCHOS EN LA FRENTE...
Viernes por la noche. La ronda de zapping me detiene en un especial de Telefè. Se trata de la vida de Fernando Peña. Periodistas de espectáculos, pero también amigos y compañeros de radio (la negra Vernaci, Sebastiàn Wainraich, Diego Ripoll), lo recuerdan como un talento fuera de serie.
Con Peña me pasa algo particular: nunca pude llegar a armar, con su figura, una lectura que me pareciera comprensiva e integradora. Siempre me resultó un ser inasible, odioso y fascinante al mismo tiempo.
Recuerdo, hace ya varios años, mientras mi estructura familiar se desmoronaba, haber quedado impresionado al descubrir, en la noche de la Rock & Pop, su programa "Cucuruchos en la frente". Y es que la negra Vernaci tiene razón: nunca más alguien podrá hacer lo que hizo Peña en la radio.
Es al día de hoy que sigo escuchando grabaciones que tengo de esa época, esos diálogos entre Peña que era, a la vez, Dick Alfredo, Palito, La Mega, Mario Modesto Savino y tantos otros.
Peña en la radio, Guinzburg en la tele, y Fontanarrosa en la literatura (esa abstracción que me interpela todo el tiempo) y el humor gráfico, fueron las muertes que, en los últimos tres años, sentí como verdaderas pérdidas. Gente talentosa, creativa.
Lo que pido al mundo es lo que quiero ofrecerle, lo que estas personas vinieron a ofrecer: hacer pensar y hacer reír. Como mínimo, una cosa o la otra, pero mucho mejor si las podemos hacer convivir (la experiencia Dolina).
Pérdidas, entonces, que nos sitúan de frente a estados de la imaginación; a la imaginación como piedra angular para posicionarse en la realidad que se nos presenta, muchas veces, como inevitable.
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