jueves, 30 de agosto de 2012

LETRAS ARGENTINAS...



 
 ENTREVISTA AL CRÍTICO NOE JITRIK PARA "AROMO"
¿Cuándo empieza la literatura argentina?
Se podría decir, pensándolo en términos de textualidad, que una literatura nacional comienza permanentemente. Es decir, está permanentemente buscando su forma y, si no fuera así, no se podría hablar de literatura nacional como conjunto. Hay momentos en la producción literaria ya concreta, textual, en que esa idea del comienzo como fundación está ligado al mismo tiempo al concepto de innovación.
Concretamente, cuando Echeverría sienta las bases del romanticismo en la Argentina tiene la convicción de que está en un momento de fundación. Sarmiento postula lo que debe ser una literatura remitiéndose a Echeverría, pero con diferencias. Ni hablar de momentos posteriores del siglo XX. Antes de la vanguardia, el modernismo supuso el comienzo de la literatura y así siguiendo. Pero en términos convencionalmente históricos, la literatura argentina comienza cuando empieza a haber una conciencia de la necesidad de que exista una literatura. Y eso, yo creo, se da prematuramente en la época de la revolución. Se da en la época rivadaviana.


Con respecto a eso, ¿cuáles son las bases fundacionales, es decir, que marcan una ruptura y que permiten pensar la literatura de otra forma que lo que se hacía en épocas del Virreinato?

Hay un momento de transición entre el Virreinato y la Independencia que es el Neoclasicismo, el cual empieza a finales del Virreinato, como una prolongación de una cultura borbónica y se continúa en el período post revolucionario. Algo parecido pasó en la revolución francesa con la pintura. Los pintores de la revolución son pintores neoclásicos de manera que este movimiento cubre lo previo y lo posterior. Y hay una conciencia de literatura sobre todo en lo posterior. Quizás una de las voces más explícitas, en ese sentido, haya sido la de Bartolomé Hidalgo. Pero no tanto por lo gauchesco que podría tener, ya que no era una poesía que implicara una identidad popular determinada, como se la vio después. No era una literatura, sino más bien una poesía propagandística, pero establecía el puente entre lo que podía ser una producción textual y un efecto. Eso ya significa tener conciencia de una literatura, por lo menos embrionariamente. Ahora, yo creo que Echeverría hace un giro fuerte y lo menciono a él porque era lo más organizado en materia de escritura. Y no sólo por El Matadero, que es de lo que siempre se habla, sino por lo que fueron sus poemas iniciales, en Los Consuelos y en La Cautiva sobre todo. Él ya piensa en términos de lo que podríamos llamar una conciencia de un poder a través de la letra. Eso él ya lo expresa. Sarmiento cree en el poder de la palabra, en el poder político de la palabra, piensa en el poder de la palabra sobre la realidad.
El problema del origen en la literatura Argentina aparece asociado a la revolución. El canon clásico de la literatura sitúa el origen en la generación romántica. Usted hizo la mención a Bartolomé Hidalgo, yo traería también a Vicente López. En La Lira Argentina (1822) se recopilan una cantidad de poesías que tienen un tono muy militante. ¿En qué medida esa es una literatura militante? ¿En qué medida esa literatura no fue subvalorada en la crítica literaria?

Primero, yo cambiaría los términos: diría que fue una literatura servicial más que militante, en el sentido de que el ámbito en el que podía actuar era muy reducido, endógeno. En segundo lugar, esta producción política y el servicio que prestan, responden más a una idea de una cultura que debe comenzar, eso es lo típico del período y de la mentalidad rivadaviana.
Es interesante desde el punto de vista de la historia de la literatura porque esa servicialidad para muchos críticos es lo que hay que observar. Es decir, la mayor parte de los que se han ocupado de esto han glosado lo que los poemas dicen de La Lira Argentina, que es lo que dice la noción patriótica. “Oíd el grito sagrado”, eso es más o menos lo que dicen todos los poemas de esa recopilación.
Hay en ese momento algo que transcurre secretamente, que tiene que ver con las memorias de los protagonistas y que tampoco son literatura. Son la ilusión de un servicio que se presta a la posteridad por parte de los protagonistas de la revolución y la post revolución. El límite es muy delicado, ya que existen escritos que pueden ser considerados los pilares de una literatura posible, pero que no están acompañados de una idea que esos escritos explícita o implícitamente puedan promover.
Siempre la crítica literaria argentina, desde la época del la generación del ’37, ha reparado en aquello que está dicho, que en el modo o instrumento. Y me parece que, a partir del siglo XX, las cosas se empiezan a ver de otro modo. De tal manera que, por ejemplo, en el intento de Echeverría en La Cautiva se puede sutilizar mucho la cosa. Allí hay mucho para pensar, especialmente en la reunión de todos estos términos. Por ejemplo, decir que La Cautiva es un poema en el cual el papel fundamental lo desempeñan las miradas es diferente a decir que los indios eran bárbaros. La mirada de Echeverría, en ese poema, consiste en la relación entre el hombre y el espacio que provienen de la perspectiva romántica, pero que tiene aquí una interpretación peculiar, que descubre el paisaje argentino con esa mirada.
Le quiero hacer una pregunta en relación con lo que usted llama servicial, pero yo llamaría militancia. Esta generación está imbuida en un intento de participación política muy fuerte. Hay una vocación de intervención literaria en lo inmediato, muy en el corto plazo, que no sé si desmerece a esas obras…

No, lo que pasa es que es cierto esto y es una característica de ese conjunto llamado literatura argentina, con algunos manchones de exclusión: es una literatura que tiene a lo político permanentemente presente. Pero, debajo de eso se puede leer también otra cosa, ese es por lo menos mi punto de vista, esa es la forma en la que yo he encarado mi relación con esos textos. Y sí, efectivamente, Echeverría quiso en El Matadero desmantelar al rosismo con denuncias, pero por debajo hay otra cosa, está la posibilidad de una construcción imaginaria o textual en la que uno puede advertir que él se hace cargo de lo que es el encuadre.
En cuanto a la generación del ’37, no me refería tanto a la intervención contra el rosismo, sino que allí está también una idea de nación más amplia y de cuál es el lugar del intelectual en esa construcción.

Totalmente de acuerdo, y además ellos dicen que son los primeros que orgánicamente expresan ese conjunto de posibilidades. Pero yo cuando me centraba en El Matadero lo ponía sencillamente en el plano de la pura textualidad, el puro objeto. Ellos lo incluían sin considerarlo del todo y lo investían de esas otras gamas de posibilidades, como fundar la literatura, fundar la cultura, construir una nación, organizarla, pensar en todos los aspectos relativos a ellos, lo cual se ve en el Dogma Socialista de Echeverría, donde se reúne todo esto y se ve también en el porvenir que le estaba esperando a Alberdi. Es decir, no fue un equívoco ni un azar que haya sentado las bases de la constitución. Es decir, esta idea de construir un país estaba ya en las conferencias del año ‘37.

Esa era la pregunta sobre a la generación del `37, ver la relación de este grupo con respecto a lo que había antes. Generalmente, se la toma como una literatura fundante, pero si uno observa a esa generación, lo que percibe es que más allá de los deseos del grupo por expresar un comienzo, la realidad les hace confesar implícitamente que dibujan un ciclo que los precede. Esto se puede percibir, por ejemplo, en el hecho de que ellos se llamen a sí mismos Asociación de Mayo, cuando mayo fue 27 años atrás. Lo que deja entrever que ese desarrollo los decepciona. Entonces, ¿hasta qué punto ellos son un punto de partida y no un punto de llegada?

O de recuperación. Bueno, ese punto yo no lo conozco concretamente. Lo que podría ser la lección de los morenistas o de los iluministas radicales (quienes fueron en definitiva la voz de la Revolución de Mayo) ellos entienden que ésta se ha diluido, se ha perdido, por lo tanto tratan de recuperarla. Incluso, tienen fuertes críticas al grupo de Rivadavia, que también se proclama continuador del iluminismo radical del año 1810. Esa nostalgia la tienen y se convierte en argumental, por eso la organización que entablan se llama Asociación de Mayo. Mayo es más bien algo perdido. Así lo sienten, entonces van a emprender una lucha para recuperarlo, pese a que es irrecuperable. Al mismo tiempo, están postulando las formas de una nación que no estaba prevista en las formulaciones de Mayo. Porque ya apareció el socialismo romántico, ya se han introducido un montón de ideas de las cuales ellos se han hecho cargo, es decir tienen problemas de identidad que en Mayo no ocurrían.
Avanzando un poco más sobre el siglo XIX, nosotros hicimos una serie de trabajos sobre feminismo y literatura, en torno a las figuras de Juana Manso, Eduarda Mansilla y Manuela Gorriti. Lo que notamos, en su momento, es que hay muy pocos trabajos sobre Juana Manso. De hecho nosotros sacamos un artículo que se llamó “¿Quién le teme a Juana Manso?”

Yo he chocado un poco con esta chica, Lojo [María Rosa, N. del editor] que hace un culto de Mansilla y no creo que haya sido una intelectual. Sólo era la hermanita menor de Lucio, que la protegía, y tenía atrás ese linaje que le permitió codearse en las cortes con la gente importante de Europa de ese momento. Y eso en la Argentina siempre es muy importante. Su obra son “novelas del corazón”. Vinculada a cuestiones sentimentales, a alguna cosa paisajística. De hecho, el libro que se llama Pablo o la vida en las pampas está escrito en francés. Es decir, hay algo que en la figura de ella preanuncia el carácter aristocrático de la literatura argentina. Del cual otros escritores se van a hacer cargo, por ejemplo la mujer de Gálvez, Delfina Bunge.
La obra de Manso no la conozco, pero sé que era una combatiente, una mujer de armas llevar, que tenía inquietudes pedagógicas muy fuertes, era una secuaz de Sarmiento y enérgica. No conozco mucho sobre ella. Pero tengo esa imagen. Entonces las feministas que hacen literatura desplazan muchos valores. El hecho de ser mujer ya les parece valioso y la cuestión de los valores literarios, aunque sean los consensuados, no es tan importante para ellas. Lo más importante es lo que está implícito en la emergencia de una mujer que escribe. Este es un criterio, yo diría, acrónico ya que son perspectivas políticas actuales que tienen que ver con la posición de la mujer en la sociedad en general, con lo cual tienen toda la razón, pero la proyectan a obras o a mujeres que no tienen nada que ver con ese proceso. Han hecho lo que han podido y desde circunstancias muy privilegiadas, tanto Manso como Mansilla o Gorriti. Hay que recordar que Gorriti fue mujer de un presidente, el de Bolivia, se levantó contra él, era una mujer independiente, pero en definitiva tenía ese núcleo protector. Manso era una combatiente. Mansilla no, y Gorriti literariamente sí lo era. Era una mujer con una imaginación muy grande, además de una libertad de juicio y de comportamiento realmente sobresaliente.
En estos últimos años se observan posiciones muy explícitas e inmediatas de escritores e intelectuales de la derecha, ¿por qué otros escritores, que pretenden acercarse a la izquierda no toman una actitud similar?

Yo creo que eso se observa porque esos intelectuales antes estaban en la otra orilla. Es decir, se los observa con la pasión contra los que se han “pasado de bando” y no se es tan riguroso con los que siempre han estado en el mismo bando. Creo que eso es heredero del sartreanismo, de la idea de un compromiso intelectual. Después de todos los horrores de la guerra, muchos intelectuales callaron y un tipo como Sartre levantó la tapa y dijo “el intelectual no puede estar guardado en su torre de marfil, tiene que comprometerse”. ¿Y qué quiere decir con comprometerse?: tomar partido políticamente. Y esto genera un reguero, que en Argentina se manifiesta en una actitud con mucha fuerza el grupo al que yo pertenecí, el grupo Contorno, tomó eso. Toda esa gente mencionada en primer término, como Beatriz Sarlo, son poscontornistas, de ahí que Sarlo se haya comprometido tantas veces con cosas tan diferentes. Fue de una a la otra, de una a la otra. Yo conozco montón de gente que era maoísta, que no toleraba la menor alusión a la posibilidad a lo que ellos llamaban el arte burgués. Y bueno, ahora no son muy rigurosos en ese sentido…
Sartre dice que hay un intelectual no comprometido. ¿Existe esa posibilidad?

Políticamente subversivo es un texto como Madame Bovary, de Flaubert. Pero claro, en la medida que uno tiene que registrar el efecto de un libro, lo que quiere producir. La tragedia de Edipo de Sófocles es para el psicoanalista, porque el psicoanalista de ahí saca un modelo de interpretación muy preciso y de larga duración, pero al mismo tiempo, por el efecto que produce en nosotros, se da alguna zona de cambio. Y eso, si no tiene que ver con lo político: ¿qué es lo político? ¿Con qué tiene que ver? ¿Estar en el Congreso? ¿Es sólo lo que se discute en las manifestaciones? Yo hice un trabajo, hace poco, donde entablo una discusión permanente y muy amable con León Ferrari, donde me parece que tiene razón en lo esencial, lo esencial sería las iniquidades del esquema de pensamiento religioso y de la acción de la religión, de las Iglesias. Bueno, pero él da un paso más adelante y dice que el arte posrenacentista y prerenacentista es un arte de propaganda. Entonces, intenta decir que cuando Giotto muestra un Cristo crucificado, está haciendo propaganda. Yo siempre le discuto eso y le digo que hay algo más.
Hace poco me invitaron a hacer un trabajo sobre una obra clásica del trescentto de un autor extraordinario que se llama Martini [La Anunciación, de Simone Martini (1333). N. del Editor], que es una Anunciación, que como tal, es una figura retórica del culto católico. Evidentemente, los pintores la han hecho a pedido de la Iglesia. Hasta ahí Ferrari tiene razón: la Iglesia pidió que se hiciera eso y estos pintores lo han cumplido. Pero existe en esta obra una cantidad de cosas, de pequeños detalles que me dicen “no, este no estaba al servicio de la Iglesia”: había algo que iba más allá. Por supuesto, dentro de la teoría de los actos inconscientes: no quiero decir que fuera un tipo que lo hiciera tan deliberadamente. Pero bueno, yo en este cuadro veo un detalle, hay una propensión de ángulos acá, allá, que no serían necesarios, que podía prescindirse de ellos y digo: “¿qué es el ángulo? ¿Por qué hay tantos ángulos?”. Y bueno, si pienso en ese momento, pienso en la alquimia, que ha sido aceptada por la Iglesia y luego fue censurada. Entonces digo esto: “al tipo se le escapó un elemento de alquimia y, por lo tanto, emite resistencia”. No me importa que esté obedeciendo al mito de la Anunciación, quiero ver qué pasa en el cuadro mismo, para tratar de entender el hecho artístico, porque si no, todo lo reduzco a una actitud servicial y anulo toda la gran gesta humana del arte. Esa secreta relación de interpretación implica un acto de resistencia. Lo político lo podemos leer ahí, en ese detalle, no en una declaración. Pensar que había en el Renacimiento pintores que pintaran las inequidades de la Iglesia, diciéndolo, es impensable.


Es que no habría que descartar cómo eso va a ser recibido...
Hace poco, volví a leer una cosa de Castelnuovo: muestra burgueses, muestra lo que son los productos de la explotación burguesa. Pero de repente tiene una figura, unas imágenes tan fantásticas, que no importa ya que haya en el texto un burgués que esté explotando a un pobre niño. Importan otras cosas. Importa aquello que secretamente provoca un efecto de cambio a través de la lectura. Si no logra ese cambio, pues no pasa nada. Es inerte.

Quería preguntarle por la literatura argentina hoy. En particular por el grupo que se suele llamar “nueva narrativa argentina”…
Ellos se proponen ser leídos y articulan mecanismos para ser leídos. No en todos, pero en gente como Terranova o como Cucurto el mercado está metido dentro de la cabeza. No es que sean inocentes. A ellos lo que les importa es ser leídos y ser reproducidos. A ellos lo que les importa es vivir en la era de la reproducción mecánica. Cortázar fue descubierto, pero no porque lo tuviera en la cabeza. Estos sí.
Yo escribí un ensayito sobre el efecto. ¿Cuál es el efecto de un texto? El efecto es lo que me puede pasar a mí después de leer un texto. ¿Qué me puede pasar? Hay infinidad de cosas que me pueden pasar, pero eso no guarda relación con lo que ellos están postulando. Ellos están postulando que se los lea y el efecto que produce les resulta totalmente misterioso. Lo poco que leí de Cucurto es que el objeto que él ha encontrado es un objeto que puede, por el lenguaje que le atribuye a ese objeto, tener cierto interés en gente que está buscando cierta anomalía en la literatura. No sé si eso quedará como el lenguaje de Discépolo o de Vacarezza, que descubrieron una cosa parecida y que realmente cundió. Eso se instaló, porque esa dimensión del cocoliche o de la mezcla lingüística expresaba un poco lo que estaba pasando en la sociedad argentina. En cambio la cumbia, las negras, el “coge” y todo eso, termina siendo poco interesante. Intenta ser un grotesco, tiende a un procedimiento carnavalesco, sólo que no sé si realmente llega a ser Rabelais… No me parece, no me parece.
En cuanto al otro, a Terranova, me parece que no tiene sustancia. Ese chico, por lo poco que lo conozco (de cuando iba al Instituto y, después, por lo que escribe), me parece que es un tipo que rechaza la cultura o que le importa poco. No cree que esté hablando por todo el pasado que está acumulado sobre nuestras espaldas. Él piensa que eso no tiene ninguna importancia. Y probablemente sea víctima de una fuerza insignificante. Él cree que por su apellido cubre una dimensión realmente innovadora, como el descubrimiento de un nuevo mundo: Terra Nova…


Saliendo un poco de estas cuestiones y a modo de balance, ¿hay alguna obra de la historia de la literatura argentina que haya sido omitida en el canon clásico, pero que a usted le parezca muy importante?
Sí la hay y puedo nombrarla. Por ejemplo, la obra de un novelista llamado Arturo Cerretani, un escritor absolutamente fuera de serie y está ahí, excluido, desconocido. Pero tiene quince novelas, que son cada una, una joya. Yo lo digo siempre, la gente lo escucha, pero no lo destaca porque yo seguramente no tengo el poder para hacer que presten atención. Pero como vivimos en el canon y no hablamos más que de ello… Por ejemplo, cuando leo las declaraciones de Martín [Kohan] hoy, que salen en la Ñ [sobre los orígenes de la literatura argentina, N. del Editor] ¿Y a quién menciona? Menciona a Viñas, a Piglia y no ve más allá de lo que está al alcance de las manos.

Yo leí el artículo. Es un poco pobre y no sé si es su especialidad...

No, él es muy inteligente. Creo que optó por ese campo de referencia y eso ya es un poco de pereza intelectual. No puede hablar otra vez de literatura argentina en relación a lo que dijo Viñas, Piglia o Panesi. Se necesita otra cosa.

miércoles, 29 de agosto de 2012

DORMIR Y SOÑAR...





Si dormir es -de algún modo- morir un poco, mis tardes de las últimas semanas me indican, entonces,  que puedo ir preparando mi testamento (se puede hacer un testamento dejando sólo un puñado de locos deseos como legado?). Evidentemente no. Los deseos -como los sueños vespertinos- no tienen cuerpo.
Volver a la UNLZ (lugar sobre el que Fernando Vallejo no dudaría en despacharse con una brutalidad comparable con la que describe a su Colombia natal), es -a la vez- mi salvación inmediata y mi castigo letal: el producto mas nombre de mi neurosis. Sus aulas despiertan una ternura feroz difícil de asimilar.
"Las ciencias sociales buscan cambiar el mundo...de qué forma estudiar letras busca esto mismo?" preguntó un compañero (muy joven) a la profesora de literatura europea. Al escuchar este tipo de inquietudes, uno no sabe si abrazar al "inquieto" o apagarle un cigarrillo en la palma de la mano.
Estudiar letras sólo puede servir (independientemente del rol docente y el futuro muy incierto de escritor)- a quien se embarca en tal proyecto tan poco utilitario- como creación de una determinada "manera" de estar en el mundo: una manera que tienda a la crítica.
La literatura no es otra cosa que un sueño...y los sueños vienen a mi -generalmente en mis tardes de agotamiento milenario- impulsados por una corriente que debe más su fuerza a cuestiones ligadas a procesos fisiológicos que a una convocatoria formal.
Al sueño vuelvo entonces:  a soñar, que para dormir está  la facultad.

domingo, 26 de agosto de 2012

SOBRE EL ABISMO...





"MUY DESPACITO" (Andrés Ciro Martínez)

Jardines de calma feroz, un sol de infinita paciencia...
los locos cantan la canción y aplauden...
Se acercan de a uno, de a dos, se va formando la ronda...
una enfermera tetona imita a una estrella de rock...

se ríen y del paredón el eco aplaude contento...
el viejo dice que está bien, vamos adentro...
Andrés vení por favor, acompañame un poquito,
dice uno, sólo dame la mano...
Muy despacito, sobre el abismo, volaré...
Muy despacito, sobre el abismo, volaré...
abajo el sol, abajo el sol, yo ver...
abajo el sol, abajo el sol, llover...


FRAGMENTOS DE "CARTA AL PADRE" (F. KAFKA)

"Una noche no paraba yo de lloriquear pidiendo agua, seguro que no por sed, sino probablemente para fastidiar, en parte, y en parte para entretenerme. Después que no sirvieron de nada varias recias amenazas, me sacaste de la cama, me llevaste al balcón y me dejaste allí un rato solo, en camisa y con la puerta cerrada. No quiero decir que estuviese mal hecho, tal vez no hubo entonces realmente otra manera de lograr el descanso nocturno, pero con ello quiero caracterizar tus métodos de educación y su efecto en mí. En aquella ocasión, seguro que fui obediente después, pero quedé dañado por dentro. Lo para mí natural de aquel absurdo de pedir-agua y lo inusitado y horrible del ser-llevado-afuera, yo, dado mi carácter, nunca pude combinarlo bien. Todavía años después sufría pensando angustiado que aquel gigantesco, mi padre, la última instancia, pudiese venir casi sin motivo y llevarme de la cama al balcón, y que yo, por lo tanto, no era absolutamente nada para él."

"Para mí siempre fue incomprensible tu absoluta falta de sensibilidad para ver qué dolor y qué vergüenza podías causarme con tus palabras y tus juicios de valor, era como si no tuvieses conciencia alguna de tu poder. Por supuesto que yo también te he ofendido a ti con mis palabras, pero yo lo sabía siempre; me dolía, pero no podía dominarme, no podía morderme la lengua, me estaba ya arrepintiendo mientras decía la palabra. Pero tú te lanzabas sin más al ataque con tus palabras, nadie te daba lástima, ni al decirlas ni después de haberlas dicho; uno estaba completamente indefenso frente a ti."

"El mundo quedó dividió para mí en tres partes: una en la que yo, el esclavo, vivía bajo unas leyes que sólo habían sido inventadas para mí y que además, sin saber por qué, nunca podía cumplir del todo; después, otro mundo que estaba a infinita distancia del mío, un mundo en el que vivías tú, ocupado en gobernar, en impartir órdenes y en irritarte por su incumplimiento, y finalmente un tercer mundo en el que vivía feliz el resto de la gente, sin ordenar ni obedecer."

"El primer resultado exterior de toda esa educación fue que yo evitara cualquier cosa que me recordase tu persona, aunque fuese remotamente. En primer lugar, la tienda. De hecho, sobre todo mientras fui pequeño y era una tienda como otras, me había gustado mucho: por las noches se encendían las luces, allí se veían y se oían muchas cosas, pero sobre todo podía admirarte a ti, con tu extraordinario talento para el comercio, cómo vendías, como tratabas a la gente y le hacías bromas, eras incansable, en caso de duda sabías enseguida qué decisión tomar. Pero cuando poco a poco me intimidaste  en todos los sentidos, y la tienda y tú vinieron a ser para mí una misma cosa, aquella tienda ya no resultó acogedora. Cosas que al principio me parecían normales, ahora me hacían sufrir, me abochornaban, sobre todo tu forma de tratar al personal."

"Verdadera libertad para elegir un oficio no la había para mí, yo sabía que, en comparación con lo esencial, todo me iba a ser tan indiferente como las asignaturas que estudié en el instituto, así que se trataba de encontrar un oficio que , sin herir demasiado mi vanidad, me permitiese sobre todo seguir teniendo esa indiferencia. Así, pues, fue obvio que estudiara derecho."

"¿Tenía la suficiente confianza en mí mismo para llegar a tener un verdadera profesión? La opinión que tenía de mí dependía de ti mucho más que de ninguna otra cosa, de un éxito exterior por ejemplo. Eso era un estímulo que duraba un instante , y fuera de eso, nada; pero en el otro lado, tu peso empujaba cada vez con más fuerza hacia abajo. En esas condiciones, ¿quién era capaz de hacerme sentir un mínimo de interés por algo?"

"Los intentos por contraer matrimonio fueron el más grandioso y esperanzador intento de salvación: grandioso en la misma medida fue, después, por otra parte, el fracaso.
En estos intentos concurrían -por un lado- todas las fuerzas positivas de las que yo disponía, y -por otro lado- concurrían también en ellos, con un especial frenesí, todas las fuerzas negativas que he descrito como uno de los resultados de tu educación: la debilidad, la falta de confianza en mí mismo, el sentimiento de culpa...levantando literalmente una barrera entre el matrimonio y yo."

"Pero siendo como somos, el matrimonio me está vedado precisamente por ser tu terreno más personal. A veces me imagino un mapamundi completamente desplegado y a ti extendido transversalmente sobre él. Y entonces me parece como si yo solo pudiese vivir en las zonas que tú no cubres o que no están a tu alcance. Y, conforme a la idea que tengo de tu tamaño, esas zonas no son ni muchas ni muy acogedoras y, concretamente, el matrimonio no se encuentra entre ellas."

"Si mi deseo de casarme no se ha hecho realidad, eso fue debido a otras razones. La causa está en tu relación con los hijos, de lo que se trata toda esta carta. Pero mucho más importante al respecto es el miedo en cuanto a mí mismo. Eso hay que entenderlo del siguiente modo: ya he insinuado que con mi quehacer literario y con todo lo relacionado con esa actividad he hecho pequeñas tentativas de independencia, tentativas de evasión de mínimo éxito. que apenas llevarán más lejos, hay muchas cosas que me confirman. Y sin embargo es mi deber, o mejor dicho, la esencia misma de mi vida, velar por ellas, no dejar que se acerque a ellas ningún peligro que yo pueda ahuyentar, y ni siquiera la posibilidad de tal peligro. El matrimonio es la posibilidad de tal peligro, aunque también la posibilidad de su mayor salvaguarda, pero a mí me basta con que sea la posibilidad de un peligro. Sin duda, frente a ese dilema puedo vacilar, pero la decisión final está clara: tengo que renunciar."

"Como es natural, las cosas no pueden encajar unas con otras en la realidad como encajan las pruebas en mi carta, la vida es algo más que un rompecabezas; pero con la corrección que resulta de esa objeción, una objeción que no puedo ni quiero exponer con detalle, se ha llegado, a mi juicio, a algo tan cercano a la verdad que nos puede dar a ambos un poco de sosiego y hacernos más fáciles la vida y la muerte." 







sábado, 25 de agosto de 2012

LAS PALABRAS A LA INTEMPERIE...




FRAGMENTO DE "PSICOSIS 4: 48" (Sarah Kane)

Pero tenés amigos.

Tenés un montón de amigos.

¿Qué les ofrecés a tus amigos para que te apoyen tanto?

¿Qué les ofrecés a tus amigos para que te apoyen tanto?

¿Qué ofrecés?

......................................................................................................................................................................

Mi vida es presa de una telaraña de razón tejida por un medico para aumentar el numero de recuerdos.
A las 4.48 dormiré.Vine a ti esperando ser curada. Eres mi medico, mi salvador, mi juez omnipotente, mi sacerdote, mi dios, el cirujano de mi alma. Y yo soy tu conversa a la cordura.

lograr metas y ambiciones...

superar obstáculos y alcanzar un estándar alto...

elevar la autoestima mediante el ejercicio del talento...

superar la oposición...

tener control e influencia sobre los otros...

defenderme...

defender mi espacio psicológico...

vindicar el yo...

ser vista y escuchada...

excitar, pasmar, fascinar, impresionar, intrigar, divertir, entretener o seducir a los otros...

estar libre de las restricciones sociales...

resistir la coerción y la constricción...

ser independiente y actuar de acuerdo al deseo...

desafiar la conversión...

evitar el dolor...

evitar la vergüenza...

borrar la pasada humillación mediante la acción...

mantener el respeto a uno mismo...

reprimir el temor, superar la debilidad, pertenecer, ser aceptada...

acercarse y crear un disfrutable vínculo reciproco con otro...

conversar de manera amistosa, contar historias, intercambiar sentimientos, ideas, secretos...

comunicarse, conversar reír y hacer bromas...

ganarse el afecto de un Otro deseado...

adherir y permanecer leal a Otro...

disfrutar experiencias sensuales con un Otro encendido...

alimentar, ayudar, proteger, reconfortar, consolada, apoyada, asistida o curada...

conformar una relación disfrutable, duradera, cooperativa y reciproca con un Otro, con un
igual...

ser perdonada...

ser amada...

ser libre...

 

lunes, 20 de agosto de 2012

UN HOMBRE QUE ANDA POR AHÍ...




Dos años sin Quique. Recuerdo ese día, el de su muerte: tenía una cena con una compañera de la facultad y había llegado muy temprano al lugar, por lo que fui a un ciber a hacer lo que se suele hacer en un ciber: perder el tiempo, o matarlo en mi caso. En el msn me saluda un amigo, y al instante me pregunta: "Te enteraste quién murió?". Ante mi negativa, su respuesta me dejó helado: "Fogwill".  Inmediatamente busqué las noticias en el google y -efectivamente- Rodolfo Enrique Fogwill había fallecido esa tarde en el hospital italiano, víctima de un enfisema pulmonar.
Recordé su visita a la facultad de lomas, el intercambio de mails previo a ese día en el que me "acusó" de ser "un pajero de Lanús igual que mi amigo Dárgelos" (el cantante de Babasónicos), y -finalmente- el poema que me dedicó y que subí a este blog en una de mis primeras entradas: "Llamado a los malos poetas". La dedicatoria, que guardo en la edición de sus cuentos completos, reza: "para Azara, que olvidé su libro" (había prometido llevarme su último libro con la condición que yo le dedicara "el polvo del reencuentro" con una ex novia que gestionó mi conexión con él)
"Yo no tengo nada para decir", fue lo primero que dijo al sentarse frente a la clase de literatura argentina. Luego, mirando a los presentes, preguntó: "Quién es Azara?". Levante la mano tímidamente, como un chico a la espera del reto del profesor ante un acto de indisciplina. Cuando me visualizó, me comentó -como si fuéramos sólo él y yo los presentes- "vos sabés que me olvidé tu libro. Pasa que lo tenía en la mesita de luz, con el ipod y las drogas...y me pasó a buscar una Kangoo...viste como son las Kangoo, esas camionetitas de mierda que te subís de costado...y bueno, me vino a buscar antes de lo previsto y me lo olvidé." Me reía, como se reían todos mientras lo escuchaban, pero en mi caso con una cuota de nerviosismo.
En el momento de las preguntas, pedí la palabra para preguntarle sobre Vivir afuera, la novela que pinta la decadencia social durante el menemismo. Le pregunté si efectivamente consideraba que es una novela que no envejeció, cosa que -según el propio Fogwill- no pasó.
"Tienen todos presente" dijo, mientras se preparaba para irse. Mientras los alumnos juntaban sus cosas, preguntó: "alguno conoce un remís?"
Eso fue lo último que lo escuché decir. Luego salió al pasillo y se quedó hablando con el profesor y un grupo de alumnos que lo rodearon. Yo estaba a unos metros, mirando la situación al mismo tiempo que -cada tanto- echaba un ojo al televisor que mostraba los momentos decisivos de la final de Del Potro con Federer. "Veo que es una facultad muy deportiva, están todos boludizados viendo al tal del orto"  había sentenciado el anfitrión al promediar la charla.
No me interesaba el partido de tenis, desde ya. Mi boludización no tenía que ver con eso, sino con mi parálisis ante un personaje como él.
No sentí ganas de ir a abrazarlo, ni de agradecerle el poema, ni de pedirle referencias literarias, ni de hablar de política. Sólo atiné a observarlo, como el tipo que observa un fenómeno paranormal sin intervenir más que en su rol de mero espectador.
Después de unos minutos saludó y se fue, arrastrando sus zapatillas por el pasillo, dándome la espalda rumbo a la salida.
Al poco tiempo le mandé  por mail la dirección de este blog. Nunca me contestó.
Me pregunto si alguna vez habrá entrado. Si lo hizo, imagino su cara fruncida y una risa final antes de liquidar su estadía en la conquista de lo inútil, tal vez no sin antes pensar en un posible comentario: "pibe, si escribís estas boludeces, te puede servir de consuelo que te diga que una sola frase es la que no me hace reír: la que da título a tu blog pedorro. Saludos, F"


martes, 14 de agosto de 2012

LARS, EL SUPREMO...




Después de ver "Contra viento y marea" (1996), puedo decir que coincido plenamente en el diagnóstico de Daniel Link sobre las películas de Lars Von trier: son, a la vez, tan fascinantes como aterradoras.
Pienso en las filmografía que recorrí del gran director: "Bailarina en la oscuridad", "Dogville", "Manderlay", "Anticristo" , "Melancolía" y -recientemente- "Contra viento y marea".  Todas son de una potencia, de una intensidad -visual, interpretativa, ideológica- que nunca encontré en ningún otro director de cine contemporáneo. Tal vez en "Sacrificio" de Tarkovski (justamente director del que Von Trier se declara deudor). Dicho esto, no puedo menos que coincidir con el propio danés, cuando se autoproclama "el mejor director del mundo".
Así es. Sus películas, todas excesivas, desmesuradas (pero aun así increíblemente reales y de allí el horror que generan), reducen a a gran parte del cine que se produce en todo el mundo a un menú de casa de comidas rápidas.
Buscando en Internet, me entero del nuevo plato ( aún se encuentra en la cocina) que está elaborando: se trata de la historia sexual de una mujer, desde su nacimiento hasta su presente (50 años) y hará dos versiones: una "light" y otra porno.
Sobre "Anticristo" (2009), película que le valió la reprobación mayoritaria en el festival de Cannes, puedo decir que luego de verla comprobé la veracidad de un diagnóstico. Es decir que, efectivamente, "tiene la fuerza indescriptible del delirio de un enfermo mental", según diagnosticara (y no se puede usar otra palabra que no sea "diagnosticar" al hablar de esta película) el crítico Sergi Sánchez.

Lo que sigue es un análisis (de "Anticristo" y de Von Trier) de Carlos Gamerro para el suplemento Radar de Página 12, publicado el 14/11/2010:

"A Lars von Trier suele tachárselo de provocador. La película que lo hizo conocido ante un público masivo, Breaking the Waves (Contra viento y marea), presenta el caso de una muchacha de un cerrado y rígidamente protestante pueblo del norte de Escocia, que cree que habla con Dios, que se casa con un “extranjero” que trabaja en una plataforma petrolera y, no pudiendo soportar su ausencia, le pide a Dios que se lo traiga de vuelta, y se convence de que su deseo ha sido concedido, con venganza, cuando éste le es devuelto, parapléjico, tras un accidente de trabajo. A partir de allí la joven pasará de presbiteriana a prostituta, en principio para satisfacer las fantasías de su marido incapacitado, pronto convencida de que sólo su sacrificio operará el milagro de curarlo. Y así se entregará a unos marineros violentos, a sabiendas de que la esperan para violarla, y morirá a sus manos. ¿Final trágico, que nos previene contra las consecuencias del fanatismo religioso mal entendido?

Nada de eso. La secuencia final de la película nos muestra su entierro en alta mar, al marido de pie, perfectamente sano, curado de milagro, intentando, junto a sus compañeros, descubrir de dónde procede el sonido de campanas y, en la última toma, la plataforma vista desde el cielo, y en lo que técnicamente sería un primer plano, pero que emotivamente podríamos llamar un plano refriegue, dos gigantescas campanas de bronce tañendo entre las nubes. El marido curado ya era mucho. Pero lo intolerable, lo inadmisible, lo insultante para una gran parte del público fueron las campanas. Inútiles fueron los esfuerzos de los críticos para buscar ironía, o al menos un atisbo de doble lectura. Von Trier parecía decidido a insultar deliberadamente a su público progre y laico, o al menos moderada y modernamente religioso, enrostrándoles una película medieval sobre sacrificios y milagros, heredera de una larga tradición que va de los mártires cristianos a esos héroes dostoievskianos que buscan la salvación y aun la santidad a través de la infamia y el pecado, y nos pregunta: ¿por qué la hemos abandonado? O al menos, ¿por qué la subestimamos?

Esta tradición, específicamente cinematográfica y específicamente danesa, tenía su monumento en un film anterior: La pasión de Juana de Arco de Carl Dreyer. Los principales elementos aparecen en la recreación de Von Trier: la joven simple, campesina o de pueblito aislado, que habla con Dios, que decide encarar una misión de inspiración divina, que es juzgada y condenada, y que luego, descubrimos, tenía razón, y se logra el milagro. El único elemento que parece ajeno y hasta hostil a la leyenda de Santa Juana, el de la promiscuidad sexual, no lo es tanto: al menos en el bando contrario se la veía como una mezcla de bruja y putita hábil, como evidencia la Pucelle que presentó Shakespeare en su Enrique VI primera parte.

Entre sus otras provocaciones, Von Trier inventó el movimiento Dogma, redactó su manifiesto, hizo una película (Los idiotas) ateniéndose rigurosamente a sus parámetros para mostrar cómo se hacía, y después los dejó para la gilada; en Los idiotas, también, incluyó escenas de sexo real, en close-ups pornográficos (adjetivo en sentido no moral sino apenas estético); en Dogville desarrolló una película entera en un set con las casas, calles y otras locaciones apenas dibujadas sobre el suelo, demostrando que no faltaba nada, y así arrasó con algunas verdades aceptadas sobre la diferencia entre lo teatral y lo cinematográfico; y en Dancer in the Dark (Bailarina en la oscuridad) inventó un género en apariencia imposible: la tragedia musical... Cada uno de sus proyectos se convierte en una respuesta a la pregunta más simple y radical de todas: “¿Por qué no?”.
En Anticristo, la provocación comienza como escándalo estilístico: las tomas de Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg haciendo el amor mientras su niño, descuidado, trepa hacia a una ventana abierta, se asoma y, en cámara lenta, junto con la nieve que flota, sin sonido, bellamente cae a su muerte, son de un esteticismo ofensivo, casi insultante.

Así arranca la historia. Tras un período de internación, y disconforme con el tratamiento que su desconsolada esposa recibe, Dafoe decide llevarla a una cabaña del bosque en un lugar llamado (ja ja) Edén, donde él, comprensivo, paternal y cariñoso, intentará curarla de su trauma. Primera señal de alarma: un padre que ha perdido a su hijo por un descuido de ambos intentará tratar terapéuticamente a la madre que ha perdido a su hijo por un descuido de ambos: pocas veces en la historia del relato occidental alcanzó la hubris trágica, esa arrogancia o exceso de confianza que los dioses griegos elegían como blanco favorito de sus venganzas, cimas tan altas. Uno presiente que, de acá en más, todo lo que le suceda a Dafoe lo tendrá bien merecido: los dioses nunca dejarán pasar semejante dulce sin probarlo.

Pero eso sería si la espesura del bosque norteamericano estuviera habitada por ellos, con su corte de ninfas y sátiros. Mala suerte: los dioses griegos nunca cruzaron el Atlántico. Quien sí lo hizo, como polizonte en alguno o en todos los barcos que fueron llegando, fue el demonio de los cristianos, también conocido como el Anticristo.

A partir de aquí la dinámica de la película de Von Trier se inserta en un poderoso modelo de historias de parejas que, en un aislamiento geográfico o meramente emotivo, dedican todas sus energías a aniquilarse: desde las piezas pioneras de August Strindberg, como La danza de la muerte y El padre, a ¿Quién le teme a Virginia Woolf? de Edward Albee (la única con final feliz), la más comercial La guerra de los Roses de Danny DeVito y la despiadada y oscura Bitter Moon (Perversa luna de hiel), una de las mejores películas de Roman Polanski. La guerra de los sexos, siempre que sea a muerte, rinde, en las tablas y en la pantalla.

La diferencia, acá, está en el bosque. El bosque es la selva oscura de Dante, lugar de la perdición y los instintos primordiales; es el lugar terrible de los cuentos infantiles, donde el lobo embosca a Caperucita y Hansel y Gretel caen en manos de la bruja caníbal. De manera menos metafórica, más directa e inmediata, el bosque primordial fue para los puritanos que se establecieron en un bordecito de playa de Nueva Inglaterra lo que el desierto para nosotros: el mal de la extensión, de lo salvaje, lo opuesto a lo civilizado: lo que siempre estaba, como la selva de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad o la de Aguirre, la ira de Dios de Werner Herzog, presto a devorarlos, por fuera y por dentro. Para los colonos de Nueva Inglaterra, en el bosque habitaba el diablo: allí se dirigían las brujas para firmar su nombre en su libro, con sangre, allí se realizaban los aquelarres, allí se enterraba a los niños asesinados. De esos senderos se volvía para siempre cambiado.

El personaje de Charlotte Gainsbourg, pronto nos enteramos, estaba escribiendo, en la misma cabaña del mismo bosque, una tesis sobre el feminicidio, más precisamente sobre la manera en que los hombres crearon la figura de la bruja, para luego, a través de ella, castigar y exorcizar cualquier intento de las mujeres por escapar, resistir o aun invertir las estructuras de poder patriarcales. Otro momento para preocuparse: si una película de Von Trier parece suscribir a una tesis reconfortantemente progre, es el momento de ajustarse los cinturones.

Porque pronto descubrimos, con Willem Dafoe revisando papeles, fotos, que ella es en efecto una bruja, o cree serlo (¿cuál es la diferencia?), que atormentaba al niño de diversas maneras; que, finalmente, lo vio cuando se acercaba a la ventana pero, cogida como estaba en ese momento, no hizo nada por impedir su caída, y alcanzó el clímax en el momento de su muerte. El sexo aniquilador, absoluto, y el infanticidio han sido desde siempre dos rasgos constitutivos del ser bruja.
En otra escena memorable, ella, cuando el marido intenta alejarla, comprensivo del sexo-desatado-entregándose-al-cual-ella-busca-tapar-su-dolor, sale desnuda al bosque y, al pie de uno de sus grandes árboles, se masturba desaforadamente, retorciéndose, uniéndose a las grandes raíces; él sale, y como para mostrar que sigue siendo útil, consiente en “satisfacerla”. Si la escena es erótica, lo es de modo muy perturbador: Willem Dafoe, con todo su tamaño y sus músculos, parece poco más que un dedo más grande.

Ella, o tal vez su demonio femenino que la ha poseído, odia al hombre que la somete y domina con sus buenas intenciones y su comprensión, odia al niño que la convierte en madre y la separa del caliente mundo del sexo sin barreras, odia al falo que le da el goce, pero también podría negárselo: no sorprende, entonces, que el acto sexual más explícito y sofocante de la película sea aquel en que descubrimos, flashback mediante, que ella deseó la caída del niño; aquel en el que golpea con un tronco los testículos de su marido, desmayándolo, y luego masturbándolo hasta hacerlo eyacular sangre (Bataille, de haber vivido para verlo, podría haber dicho: “No se molesten en leer El erotismo, basta con ver esta escena”); y tampoco sorprende (aunque sí da un miedo de película) que tras esto se inflija con un par de tijeras una clitoridectomía casera. Esta práctica, execrada con razón por feministas y activistas de los derechos humanos de gran parte del mundo, deviene aquí automutilación desesperada de monje medieval: la versión femenina de Orígenes.

Este es el sexo de Anticristo: aquel que abomina de la procreación, aquel contra el cual advierten, con razón, los sacerdotes y los lleva a practicar como una rutina los abusos sexuales, el que llena de crímenes pasionales y violaciones las páginas policiales, el que Bataille hermana con la muerte y la tortura, el gran enemigo de la civilización tal como la conocemos; el que llevó a Freud a la trágica resignación de El malestar en la cultura, de que no hay reconciliación, ni superación posible, sino mera lucha eterna y treguas temporarias, entre el impulso de la satisfacción de los deseos, que es el de la felicidad, y los requerimientos de la vida ordenada en comunidades organizadas.

En Cannes 2009, la película de Von Trier recibió el primer anti-premio jamás otorgado por el jurado ecuménico, “al autoproclamado mejor director del mundo, por su película más misógina”, explicación que dice más sobre quienes lo otorgaron que sobre el premiado. Quién sabe si es el mejor director, pero sin duda es el único que, hoy, sigue creyendo en un cine donde son posibles películas como Salò de Pasolini.

La etiqueta de provocador, entonces, a Lars Von Trier le queda corta por donde se mire. Esto no es provocar. Esto es buscar las verdades insoportables en la médula de los espectadores. No nos ayuda a entender sino a tomar conciencia de todo lo que no entendemos.
Uno sale de ver una película como Las brujas de Salem de Nicholas Hytner, por ejemplo, sacudiendo la cabeza, chasqueando la lengua y pensando “qué cosa, estos puritanos, cómo cazaban brujas”, y se va a dormir tranquilo. Uno sale de ver Anticristo estremecido de pena y espanto, cargado de compasión y terror (porque no hubo catarsis alguna); y esa noche no duerme."

viernes, 10 de agosto de 2012

LA PALABRA Y LA MONEDA...




ENTREVISTA A JAVIER MARÍAS PARA "LA VANGUARDIA"

-¿Qué importancia da a sus escritos sobre actualidad?

-A uno le sirve a veces de desahogo. Tengo la sensación de que tienen pocos efectos prácticos. Pero hay mucha gente que los agradece, que me dicen que les da alivio ver que alguien dice ciertas cosas. Uno siente ahí que tiene cierta obligación de decir lo que piensa de verdad. En cambio, en las novelas, no, no me responsabilizo de ellas como ciudadano. Hay un narrador que cuenta y unos personajes que dicen las cosas que quieren. Aunque cada vez hay más confusión y hay lectores que me recriminan opiniones de mis personajes. La ficción se había distinguido siempre de lo real pero ahora cada vez hay más personas que no realizan tal distinción.

-Ya en 1985 decía que no hay que depositar grandes esperanzas en los gobiernos.

-Tener entusiasmo por un gobierno viene a ser una ingenuidad o producto de la desesperación. Cada vez hay un descrédito mayor de la clase política, no sólo en España; en otro artículo propongo que haya la posibilidad en las elecciones de también votar en contra de un partido, y que, en el recuento, se le resten los votos negativos a cada formación. Sería lo más adecuado y lo más justo, hay un número creciente de personas que o bien no votan o cuando votan lo hace en contra de una opción.

-Usted presumía, en los 90. De no haber votado a ninguno de los tres grandes partidos que hay en España.

-Eso ya no podría suscribirlo. No tengo ningún inconveniente en decir que en el 2004 voté contra el PP, tras la segunda legislatura de Aznar, atroz desde cualquier punto de vista, al final dije: que venga cualquiera pero que no sean estos.

-Se ocupa bastante de describir la atmósfera de los años 80. ¿Qué hemos heredado de esa época?

-Yo la llamo la edad del recreo. El valor básico era hacerse guapo, para lo cual a veces hay que ser rico. Como el niño que quiere tener éxito con los compañeros. Se dio un proceso de infantilización de la sociedad que se ha coronado ahora. Ha ido a más la ausencia de responsabilidad por parte de todo el mundo ante cualquier cosa. La gente reclama su libertad de moverse, hacer, decir, iniciar negocios, irse a sitios peligrosos y en el momento en que les sucede algo, dicen: que el estado me lo arregle. Pero el estado somos los demás. Piden que les saquen las castañas del fuego, de modo impertinente, nadie agradece nada. Los pescadores que trabajan en aguas no protegidas no son diplomáticos ni gente empleada por el estado. Me parece muy bien que se les quiera ayudar, pero no que haya una reclamación hacia el estado, como si este fuera responsable de que estuvieran allí. Nadie asume sus actos, nadie se responsabiliza de nada. Si invierto en una cosa y me timan, ¿por qué el estado me ha de devolver el dinero? Jugamos a ser mayores de edad hasta que hay algún problema. Otro lacra es que cualquier periodista o político puede decir una cosa y luego la contraria sin que nadie les pida cuentas, porque nadie recuerda ni lo que acaba de pasar.

-¿Tampoco los libros?

-Una novela se hace de modo artesanal, puede llevar años, y cada vez hay una mayor divergencia entre la forma en que vamos trabajando, que esencialmente es la misma que en el siglo XVII, y la manera en que esas cosas se consumen. Hay un desfase. Un librero, a los tres meses de la salida del tercer volumen de Tu rostro mañana, que me ha llevado tres años de trabajo, me dijo que eso ya era prehistoria, de la temporada anterior, como quien dice.

-¿Por qué critica ciertos aspectos de la solidaridad?

-Critico sus trampas. Aquí debajo de mi casa hay varios señores tumbados en el suelo a los que ningún transeúnte echa una mano. Nuestros pobres son concretos, sucios y desagradables, no los tocamos porque podrían transmitirnos su desesperación pero, eso sí, efectuamos donaciones a Haití. No es muy simpático decirlo, pero me produce un efecto contraproducente ver cómo todos los famosos del mundo entero se vuelcan como un solo hombre en Haití, y empiezan a donar dinero de manera ostentosa. Tengo la sensación de que estas solidaridades son mecánicas, que hay más deseo por parte de quienes la practican de mirarse al espejo y pensar qué majo soy que verdadera voluntad de ayudar y verdadera empatía. A mí me suena a falsedad, a medalla que se pone la gente a sí misma. Uno tiene el impulso de enviar un poco de dinero a Haití, y lo haces, privadamente, pero piensas: ¿qué es esto? Uno acaba desconfiando de los propios movimientos más altruistas del espíritu por el abuso que se hace de ellos.

-El trabajo y sus efectos negativos es otro de sus temas recurrentes…

-Hablo con mis amistades de toda España, y todos están igual, tengan el trabajo que tengan o cobren mucho o poco: no paran, no tienen tiempo de nada, trabajan sin cesar y cada vez les cunde manos. Amplían sus jornadas no para ganar más sino para dar abasto al trabajo diario. Apenas tienen ocio y están permanentemente agotadas, medio enfermas o desquiciadas. Es el gran mal de nuestros días. Las personas que están hoy a sueldo se desloman como no se había visto en los últimos 40 años. Es la opresión más grande que vive la gente corriente hoy: cómo el trabajo se nos va comiendo la vida. Con la crisis ha ido a más, y existe el miedo a perder el puesto, con lo que se renuncia a derechos sociales básicos.

-¿Usted sigue sin email ni móvil?

-Sí. Me niego a utilizar móvil, tengo uno solamente para los viajes, pero el número lo tienen mis hermanos y tres personas más. Me parece una forma de esclavismo: estar localizable permanentemente, que no haya ratos de silencio, en los que nadie sepa dónde está uno, caminando por la calle, mirando las musarañas, en el cine. No ser localizable me parece normal, una manera de descansar. La prueba de que el móvil es una herramienta de esclavización es que son las empresas los que se los ponen a sus trabajadores. Y no utilizo el ordenador porque voy viendo que lo del email es lo mismo: me dicen que, por la mañana, uno se encuentra unas cantidades fabulosas de correos. ¿Cómo puede haber 40 emails en tu buzón cada día? La gente procura contestarlos y, si no, tiene el agobio de que no lo ha hecho. Estas cosas, que se han vendido como facilitación de las tareas, son trampas verdaderas. A la gente se le crea pánico al vacío, a la soledad, y acaban siendo víctimas del síndrome de Estocolmo, si entendemos como secuestradores a los empresarios. Me parece atroz.

-¿Los artículos contribuyen a su fama de conflictivo?

-Me ven como áspero, pendenciero, grosero. No es una imagen grata. Da la impresión de que la gente no lee bien, te contestan a cosas que no has dicho. En vez de de leer, reaccionan. Semana que pasa, semana que hago nuevos amigos. Me llega mucha irritación. Hay muchas personas que cuando me conocen personalmente, aunque sea un par de minutos, me dicen: “Ah, pues eres muy normal, creía que eras muy arrogante”. No sé bien, en realidad soy cortés y a veces incluso supongo que puedo ser cordial. Pero, al escribir, uno dice cosas impertinentes porque no tiene sentido escribir para decir lo que todo el mundo ya sabe, lo que todo el mundo ya piensa, lo que toca.

-¿Y a usted qué le irrita?

-No sé. Hay una serie de cosas que siempre habían sido de derechas, reaccionarias, retrógradas, puritanas y, de pronto, han resucitado presentadas como de izquierdas, como si fueran propuestas avanzadas. Las mismas cosas que la iglesia ha impuesto durante muchos años, que les ponen otra vestimenta progre y ya está.

-¿Por ejemplo?

-Por ejemplo, si se ve un culito en un anuncio, dicen que es una denigración de la mujer. ¿Pero por qué va a ser una denigración? Que aparezcan siempre mujeres en los anuncios de hemorroides, dentaduras postizas y dietas de adelgazamiento me parece más denigrante. Que aparezca un cuerpo de mujer agradable, en cambio, es una especie de aprobación y enaltecimiento de la mujer. La libertad es una cosa muy importante y eso es atentar contra la libertad.

-Su artículo sobre la prostitución también levantó ampollas…

-El minero o el estibador también alquilan su cuerpo, ¿verdad?¿Acaso no alquilamos todos algo? Partir de la base de que es más humillante y grave el alquiler del sexo es tener una idea puritana del conjunto del cuerpo humano. A nadie le parece humillante alquilar las piernas de un pisador de uva. Hablo, por supuesto, de los casos en que alguien opta voluntariamente por ejercer la prostitución, si te obligan es monstruoso. Es humillante que, por extrema pobreza, las personas hagan cualquier cosa, como recoger la fresa por dos euros al día. La pobreza es humillante, pero diferenciemos: ¿quien se vale de su sexo hace algo peor? Me huele a chamusquina.

-Habla también de la superstición de lo legal…

-Sí, lo vemos con el asunto de Vic y la resistencia a empadronar a los sinpapeles. Responden: es que es legal. Pero es que hay cosas legales que no son legítimas. Lo legal puede ser mañana ilegal, y al revés. Un ejemplo que me ponía mi padre: si el gobierno decide que va a vender el museo del Prado a un jeque árabe, probablemente pueda ser legal, porque es de su propiedad, pero sería intolerable. Haber sido elegido también se utiliza como excusa: dicen que si les faltamos al respeto faltamos al respeto a los electores. Pues no: usted, para ser democrático, debe gobernar democráticamente cada día y, si no lo hace, usted no es democrático. No se le puede derrocar porque le han elegido, pero debería usted comportarse. Berlusconi no es un gobernante democrático, como tampoco Hugo Chávez. Ser elegido es indispensable pero no suficiente. En 1960, Franco habría ganado unas elecciones de calle. El país era sociológicamente franquista, también Cataluña.

-Usted denuncia que se quieran publicar listas de delincuentes con penas cumplidas.

-Sí, de violadores, pedófilos… Esa propuesta me escandalizó. Si alguien ha cumplido una pena, ha saldado sus cuentas con la sociedad ¿qué es eso de seguirlo criminalizando? Si vuelve a delinquir, que se le vuelva a detener. ¿Por qué no los a los banqueros estafadores? Me parecen verdaderos atentados contra la libertad y la justicia. Es como que un preso sufra vejaciones en prisión: nos hemos acostumbrado a que sea violado, que se convierta en un drogadicto… Pero a nadie se le ha condenado a eso, sino a la privación de libertad y nada más. El estado debería ser responsable de la seguridad de esos individuos. Y no lo es. No ha lugar a que estemos señalando con el dedo a alguien para siempre, impidiéndole que se reinserte.

-Habla también de la censura que usted ha sufrido como opinador…

-No hay censura estatal ya, sino privada. De hecho, es anticonstitucional, podría haber denunciado a la empresa que lo hizo, pero nadie lo lleva a ese extremo. Fue un artículo sobre la iglesia y la religión que decidieron no publicar y entonces decidí que yo me iba de aquel medio.

-¿Es el único episodio?

-Hay varios ejemplos de censura comercial, que se quedan en el ámbito privado: una vez me dijeron que quitara el nombre de unos grandes almacenes en un artículo, porque se arriesgaban a perder la publicidad. Eso es frecuente. En Francia una revista me pidió un artículo sobre la moda y, al final hacía unas bromas diciendo que no recomendaba que salieran los modistos a saludar en los desfiles porque ante tales adefesios, la gente se asustaba, y citaba casos identificables, uno con una coleta y un abanico y me dijeron: ‘esto quítalo’. Conozco gente a la que le han pedido que rebaje el tono de un artículo sobre una exposición, porque en el patrocinio de la muestra participa la misma caja que paga la revista en buena medida. Es una cosa bastante común, bastante histérica y bastante intolerante.

-Cuando habla de que un escritor no puede saber si su editor le engaña en las liquidaciones, resuena su vieja rencilla con Jorge Herralde…

-Me temo que eso ha pasado muchas veces en la historia, y todavía sigue siendo así. Los autores no tenemos manera de saber los libros que vendemos, es muy difícil, a uno le informan de que se ha hecho una tirada determinada de ejemplares, se puede pedir el resguardo del impresor, pero se sabe que hay algunos impresores que ponen lo que les dice el editor porque, si no, pierden el volumen de trabajo procedente de dicho editor. Nunca hay una seguridad absoluta. Pero uno no puede ir por la vida con desconfianza, es un horror ir por la vida creyendo que te engañan. Pero llega el momento en que tienes la convicción de que es así, ves las cifras que no casan, no tienes pruebas para ir a un tribunal pero sí la certeza.

-Se mete también con el ayuntamiento de Barcelona…

-Soy más salvaje con el de Madrid. Lo de Barcelona no es que sea muy grave, pero esa campaña de “Us parla la platja” me dio un poco de vergüenza ajena, y propia, porque soy muy cercano a Barcelona, viví allí varios años, he tenido editores, mi agente literaria, y hasta mi pareja vive allí y es catalanoparlante. El ayuntamiento de Barcelona ha vivido gran consternación porque el turismo de tres al cuarto es cada vez más grosero; pero cómo no van a ir medio desnudos si el ayuntamiento hizo una reglamentación según la cual es perfectamente legal ir desnudo por la ciudad, la consecuencia es que hay dos individuos que van desnudos por Barcelona, uno va en bici con el pito tatuado. ¿Cómo se van a quejar ahora de que los turistas vayan en tanga? Si hacen ustedes leyes ridículas… Hay gente para todo, no pido que encierren al que sale desnudo, pero qué necesidad hay de hacer una ley para protegerlo? Barcelona es un poco chorras en algunas de estas cosas, de Madrid digo cosas peores, así que me va a permitir la frase.

-Para acabar, una pregunta literaria. Lo de publicar su última novela en tres entregas, a medida que las escribía, demuestra una enorme auto-confianza, ¿no? ¿Qué sucede si quiere hacer cambios en capítulos anteriores?

- Si descubría que me convenía algo diferente no podía rectificar, porque ya estaba publicado el libro anterior. Pero no ha sido tan distinto, tengo esta manera de escribir un poco rara y un poco suicida, voy improvisando en gran medida y no me permito cambiar nada de lo que he escrito con anterioridad. No hago una segunda versión de los textos. Trabajo mucho cada página pero luego va a la imprenta tal como ha quedado. Aplico el mismo principio de conocimiento a las novelas que el que rige en la vida: a los 50 dices: 'ojalá me hubiera casado con esta persona, hubiera aceptado aquel trabajo…' pero te tienes que conformar, ser consecuente con lo que has hecho.

lunes, 6 de agosto de 2012

EL GRAN DEBATE: LA VOZ DEL SUJETO AUSENTE...




“Yo siento que falta algo”
Por Jorge Alemán (*)

¿Qué le puede decir el psicoanálisis a la política? ¿Qué le puede decir la política al psicoanálisis? En los años setenta, tomó un énfasis especial la segunda cuestión. ¿Qué terminó diciéndole la política al psicoanálisis? La experiencia política de aquellos años fue adquiriendo tal intensidad que se transformó en el núcleo de significación de todas las prácticas y teorías que estaban en curso; todas fueron radicalmente afectadas por la experiencia política de la época. Yo trabajaba en el departamento de psicología social de un sindicato, el sindicato Eva Perón de Empleados de Comercio. La psicología social adquirió en aquel entonces una fuerza epistemológica y clínica muy importante. Podría decir que avanzó sobre el psicoanálisis, lo determinó en cada uno de sus aspectos; fue haciéndose cada vez más fuerte la idea de que había una determinación social de la experiencia subjetiva. El fenómeno de la experiencia subjetiva siempre debía ser captado en su horizonte de determinación social.
Hay que recordar, de aquel tiempo, los desarrollos de Pichon Rivière, los trabajos de Frantz Fanon, todos aquellos esfuerzos por vincular a Freud con Marx; en un balance muy rápido, sin duda fueron beneficiosos. En el departamento de psicología social del sindicato, muchísimos trabajadores asistían a los cursos que impartíamos. Vinculábamos todos los problemas de la subjetividad con los problemas políticos de la época y su determinación social. La pérdida, en todo caso, consistió en desdibujar cierta especificidad que hace a la constitución misma del sujeto: la especificidad que estudia la teoría psicoanalítica, la manera en que el psicoanálisis de Freud y Lacan intenta aislar teóricamente, para una experiencia clínica, lo que es el sujeto en su singularidad más radical.
Un ejemplo clarísimo es que entonces la locura, la psicosis, prácticamente perdió su especificidad clínica, considerada como un fenómeno de exclusión social. Se ponía el acento –y los textos de Frantz Fanon habían tenido una gran influencia en esto– en el hecho de que, tratándose del “loco”, lo que había que captar primero era su condición de excluido social; formaba parte de un régimen de dominación que lo había excluido y que lo etiquetaba como loco. Podríamos decir que hubo una suerte de sociologización de la subjetividad. Hubo una suerte de reabsorción de todo el campo de experiencia de la singularidad subjetiva en el orden de las segregaciones sociales.
En años ya más difíciles, apareció el Antiedipo, de Gilles Deleuze y Félix Guattari, texto que no tuvo tiempo de difundirse porque ya había empezado la represión. Los planteos que transmitía no tuvieron tiempo de madurar teóricamente entre nosotros, pero fue y sigue siendo un esfuerzo teórico para llevar el psicoanálisis a una práctica anticapitalista; arrancarlo de su posición “familiarista”, teatral y edípica, y reinscribirlo en otro modelo teórico. Recordemos fórmulas muy celebres del Antiedipo como: “el inconsciente no es un teatro: es una fábrica”, o el papel revolucionario que se le asignaba a la figura del “esquizo”, el intento de reformular al psicoanálisis en el esquizoanálisis. Probablemente el Antiedipo fuera la consecuencia final de un largo recorrido cuya vocación fue inscribir el psicoanálisis en el orden de las prácticas sociales; presentaba una determinación de la emergencia de la subjetividad atribuida a las infraestructuras económicas u otros dispositivos de poder, más que a la propia constitución del sujeto.
Así que, en aquella época, fue la política la que le dijo muchas cosas al psicoanálisis. Le dijo al psicoanálisis que era individualista, que era burgués, que no tenía verdaderamente una teoría de la infraestructura económica, que no tenía una teoría de la ideología y de la determinación de clase, que no tenía nada relevante para decir con respecto a los proyectos de emancipación, que estaba sofocado y asfixiado en su terapéutica individual o familiar. Si buscamos libros o películas de aquel entonces encontraremos muchas referencias a esta cuestión. Recuerdo una película, Heroína, donde estaba un psicoanalista muy famoso, Emilio Rodrigué, hacía de psicoanalista, y hacía de paciente otro psicoanalista ya famoso entonces, Tato Pavlovsky. En un momento, el paciente le decía: “Yo siento que falta algo”, y la cámara tomaba una manifestación callejera. Estaba el pobre neurótico diciendo que le faltaba algo y el reverso de esa escena psicoanalítica era una manifestación. Esta película presentaba a dos psicoanalistas paradigmáticos de aquel entonces atravesados por una falla esencial. Eso que le faltaba a ese señor, y que estaba sucediendo en la calle, metaforizaba lo que la política le decía al psicoanálisis. Hoy lo voy a decir en términos lacanianos: la política fue el significante amo del psicoanálisis, en el sentido de que lo intervino, le puso condiciones, lo interpeló.

Sin garantías

Pero este legado, como todo legado, es algo a descifrar. Uno no sabe del todo cuál es su legado, un legado no es algo que uno pueda interpretar de una vez y para siempre, uno nunca sabe quién es dentro de una herencia, qué lugar tiene en lo que ha heredado. Un legado se vuelve más importante cuanto con más fuerza te interpela y más elementos presenta para descifrar. Hoy, en relación con este legado, la pregunta es: ¿qué le puede decir el psicoanálisis a la política?
Transcurridos aquellos años, visualizados retroactivamente aquellos proyectos, sus límites, sus condiciones, sus consecuencias, empieza a tomar forma una idea decisiva en lo que podríamos llamar genéricamente el campo “posmarxista”, es decir, el campo en el que se intenta ver la política no como mera gestión ni como subsistema de la realidad ni como carrera profesional, sino como experiencia transformadora, como experiencia radical. Se trata de la política en tanto abre un interrogante: de qué es capaz un colectivo humano y de qué es capaz cada uno de nosotros en relación con un colectivo humano.
Ahora, me parece, vuelve a tomar fuerza la cuestión de la subjetividad. Ya no se puede, como en aquellos años, ahogar la especificidad del sujeto, su diferencia radical, su constitución singular, su propia historia incomparable. No se puede subsumir esto en un proyecto homogéneo. El desafío más apasionante, más difícil, que no encuentra fórmulas fáciles, que exige una invención, ya que no hay nada previamente definido ni articulado, es mantener la especificidad del sujeto; preservar lo que las enseñanzas de Freud y de Lacan han postulado con respecto al sujeto y vincular esto con los proyectos emancipatorios. De tal manera que los proyectos emancipatorios no se puedan volver una coartada para borrar la singularidad del sujeto, pero también de tal manera que esa singularidad del sujeto no conduzca a una nueva forma de individualismo más lúcida o a una nueva forma de sabiduría cínica para estar en este mundo, “que ya sabemos que nunca va a tener arreglo”.
En los ‘70, muchas veces intentamos amoldar el sujeto al proyecto emancipatorio, como si las piezas encajaran. Había en aquella época muchas facilidades para que así ocurriera. Primero, estábamos convencidos de que la historia tenía un sentido; segundo, pensábamos que la historia necesariamente iba a cumplir ese sentido, y, tercero, pensábamos que, si la historia iba a cumplir necesariamente ese sentido, había lo que se podría llamar una teleología de la historia. También pensábamos que esa finalidad de la historia tenía un sujeto ya elegido: para los marxistas, el proletariado; para el movimiento nacional y popular, la clase trabajadora; en todo caso pensábamos que ese progreso era inexorable, que ese sujeto estaba destinado a cumplir el proyecto emancipatorio y que, si el sujeto no cumplía ese proyecto emancipatorio era porque aún estaba alienado, porque aún no podía reconocer su propio deseo o porque aún no contaba con los medios y las condiciones para establecerse en ese proyecto.
Había una intención, una vocación, un esfuerzo por acomodar el sujeto a la lógica emancipadora tal como se concebía en aquel entonces, como una lógica que necesaria e indudablemente se iba a cumplir. La historia estaba a favor de nosotros. Los obstáculos no eran más que intentos de impedir que la historia se realizara como tal; se podía eventualmente bloquear la historia, pero esto era circunstancial; tarde o temprano el obstáculo iba a ser superado. La historia iba a realizar su trabajo. Había, como vemos, una idea finalista de la historia, una idea que, podríamos decir, respondía a una cierta versión canónica de Hegel: la idea de un sujeto que, de un modo dialéctico, se encarna en este proyecto histórico y realiza un fin de la historia.
La noción del fin de la historia después se popularizó bajo la versión democrática neoliberal. Pero hay un fin de la historia en Marx: la idea de una sociedad reconciliada, sin clases. Marx había elegido al proletariado como esa clase que encarnaría el universal y haría desaparecer el Estado, bajo la forma de la sociedad comunista. Y estaba la noción de la liberación, como una idea redentora de la historia donde el sujeto finalmente iba a alcanzar una cierta plenitud, una cierta realización en la sociedad liberada. Estos proyectos de aquellos años admitían fracturas, rupturas, admitían procesos clínicos, admitían enfermedades, pero eso tarde o temprano iba a quedar reintegrado en una sociedad distinta que iba a disolver y eliminar esas fracturas.
Ahora es más difícil. Hoy sabemos que la historia carece de sentido, que está atravesada por una contingencia radical, que no hay nada que lleve a la historia necesariamente a cumplir tal o cual proyecto. Un proyecto se va a cumplir en la medida en que el deseo de ese proyecto se sostenga, en la medida en que la apuesta por ese proyecto se sostenga, y esa apuesta no está garantizada por la historia misma. Eso por el lado de la historia. Por el lado de los sujetos, ya no pueden ser presentados sólo como resultado de determinaciones sociales. Hay dimensiones del sujeto que exigen una elaboración más fina. Me refiero al modo en que Lacan teoriza cómo el sujeto adviene en el campo del lenguaje; el lenguaje es una infraestructura, no una superestructura. Lo que puede ser superestructura son los códigos comunicacionales, las formas de hablar, las formas lexicales que caracterizan una época. Pero el modo en que el sujeto emerge en el campo del lenguaje es la estructura misma. Y luego, además, al sujeto le suceden muchas cosas: le sucede la neurosis, le sucede la psicosis. Eso tiene su propia especificidad; le sucede eso que no puede nunca terminar de metabolizar simbólicamente y que Lacan llama lo real. Le sucede la pulsión de muerte, que no es precisamente muy progresista que digamos, ya que está ligada con la compulsión a la repetición. Le suceden un montón de cosas que conviene tener el coraje de afrontar para decir: “Esta vez, tratemos de pensar los proyectos políticos sin engañarnos respecto de la condición humana”; sin buscar coartadas, sin andar disimulando cómo está hecho el sujeto.
No es verdad que la psicosis sea producto de una explotación social; no es verdad que la servidumbre voluntaria sea puramente resultado de la voluntad de dominación de los opresores; no es verdad que a una sociedad la mantiene sólo la represión que viene desde arriba. Es todo mucho más complejo. Entonces, si se trata de la emancipación: “Hay una fuerza exterior que nos oprime y, si nos liberamos de esa fuerza, nos realizaremos plenamente”. Por supuesto, es una condición liberarse de esa fuerza, pero después tenemos que ver qué pasa con la propia experiencia subjetiva, que nunca se va a realizar plenamente. No existe ni existirá una sociedad donde el sujeto no esté dividido, donde su relación con el otro sea armónica y ya no quiera matar al vecino o suicidarse o encontrar cualquier tipo de solución extraña y bizarra para su existencia.
Esto puede encauzar o al menos proponer unas nuevas condiciones para el diálogo entre el psicoanálisis y la política; un diálogo que privilegie las tensiones, sin llegar a la idea hegeliana de la integración dialéctica del todo, donde el psicoanálisis quedaría integrado finalmente en el movimiento interno de lo social; entendiendo que estamos entre tensiones irreductibles, que estamos todo el tiempo haciendo la experiencia de algo que no encaja bien. Se trata, por ejemplo, de pensar cosas que el psicoanálisis no desarrolló mucho, como el tema de lo común o el tema de la igualdad, pero manteniendo rigurosamente lo que la enseñanza del psicoanálisis mantiene acerca del sujeto.

* Psicoanalista. Extractado de una conferencia dictada en Buenos Aires ante estudiantes de Psicología.

domingo, 5 de agosto de 2012

EL GRAN DEBATE...(SEGUNDA ENTREGA)




Christian Castillo: El kirchnerismo se construyó una imagen de sí mismo de que a la izquierda del kirchnerismo no había nada, y eso fue parte central del "relato" construido por núcleos fundamentales de la intelectualidad kirchnerista; crear esa imagen de que el kirchnerismo era lo más a la izquierda que se podía estar. Incluso se ha postulado en distintas ocasiones que las luchas que la izquierda ha protagonizado eran funcionales a la derecha.

Si uno ve la dinámica de estos años, cada vez que el movimiento de masas tendió a superar al kirchnerismo por izquierda -porque la tercerizaciones no las suprimió el kirchnerismo; se han mantenido como una conquista de la burguesía entre la dictadura y la década del 90, que no se ha alterado en la estructura capital-trabajo en nuestro país, o el 35 % del trabajo en negro-; cuando eso fue cuestionado por la lucha, el kirchnerismo estuvo en otro lado, y eso no lo podemos negar.

Cuando en Kraft se echó una comisión interna y se salió a luchar, y los compañeros dieron una lucha ejemplar, el kirchnerismo estuvo del otro lado; cuando en esta facultad (la de ciencias sociales) luchamos por fondos para que se construya este edificio, que se consiguió, cada centavo, con tomas y lucha, el kirchnerismo nos acusó de funcionales a la derecha. Entonces no es cierto que el kirchnerismo está contento con la conflictividad social.

El kirchnerismo ha tenido como característica la institucionalización, y en ese sentido, la política de la domesticación, contención y esterilización del conjunto de los movimientos populares existentes en Argentina. Es hijo de 2001, pero no en el sentido en que los kirchneristas lo expresan, lo es en el sentido de que en su lenguaje y acción política se tuvo que adaptar a una circunstancia de implosión del sistema político, de crisis completa del Estado burgués, y que para reconstruirlo tuvo que tener un lenguaje adecuado a esas nuevas circunstancias y relaciones de fuerza expresadas en la Argentina. El kirchnerismo, por su propia debilidad de origen, tuvo que tomar reclamos de los movimientos populares, para limitarlos, contenerlos y recurrir a mecanismos para "transformismo" y de lo que Gramsci llamaba corrupción-fraude para evitar que esos movimientos lo ataquen por izquierda. Y en eso ha tenido bastante éxito, apoyados en el mecanismo tradicional del peronismo, que se ha basado en el control de la burocracia sindical.

Entonces, si uno ve a qué ha recurrido en el kirchnerismo, es a un movimiento de cooptación generalizado de nuevos movimientos que salieron a la lucha en todo este período, y otros antiguos.

¿Por qué el Kirchnerismo no ha debatido con lo que está a su izquierda? En la tv pública, oficial, que se ha democratizado supuestamente con la Ley de Medios, ¿ustedes me vieron debatir a mí algún día, en algún programa de las 24 horas de transmisión ininterrumpida que tiene canal 7? ¿A Altamira, mi compañero de fórmula? ¿6,7,8 nos invitó a algún debate, aún en ese esquema 7 contra 1 con el que debatieron con Sarlo? No.

Que el kirchnerismo no discuta es un signo de debilidad ideológica, de debilidad de proyecto; de que no se pueden sostener ciertas ideas frente  a contrincantes que le van a marcar los puntos de quiebre, y que esos puntos de quiebre no los quieren abordar ni siquiera intelectualmente. Hay una debilidad estructural.

Entonces el kirchnerismo tiene ese componente, el aparato del PJ tradicional, de punteros y gobernadores, un sector conservador si lo hay en Argentina, ideológicamente conservador, con elementos fascistizantes en su composición, entrelazado con la mafia de las policías locales, que defiende sus intereses en base a gatillo fácil y matonaje; son componentes centrales de este movimiento; la burocracia sindical es un componente, y también el sector progresista del kirchnerismo es un componente de este movimiento. Y este movimiento, desde mi punto de vista, está cada vez más atado con alambre; depende hasta de una persona...

Creo que multitud de personas que tienen ilusiones en el kirchnerismo, o porque lo consideran el mal menor, o porque les disgustan aquellos sectores de las corporaciones empresarias que se pelearon con el gobierno; son sectores que van a ser atraídos por una política clasista; no tengo ninguna duda, porque la aspiración a que puede lograrse la emancipación nacional de la mano de la burguesía nacional es una idea que no tiene correlato con la historia.

El kirchnerismo no expresa una tendencia a la liberación nacional; expresa una tendencia a tratar de reconstruir el Estado burgués haciendo ciertas concesiones a las masas, producto de las condiciones de 2001, en una situación excepcional de crecimiento en toda la región, que les permitió cierta concesión de recomposición del salario real.

Creo que hay que nacionalizar los recursos estratégicos de la economía, que hay que quitárselos al capital privado extranjero y a los monopolios en general; que hay que nacionalizar la banca, que hay que nacionalizar las tierras. Y que hay que construir una fuerza social y política con la capacidad de llevar eso adelante.

Eduardo Gruner: Es -o debería ser- tarea del pensamiento crítico la de precisamente poner en crisis los sentidos comunes sobre esa lógica de los límites actuales. Y señalar la tensión entre lo posible y lo que hoy pareciera ir más allá de él.

El gobierno, que en su momento pudo terciar entre las demandas de los sectores más oprimidos y las de las clases dominantes, hoy ha conseguido estabilizar el apoyo de las principales expresiones de poder económico con la comparativamente marginal excepción de los medios de comunicación más concentrados o de los sectores más reaccionarios en materia de derechos humanos. Esa es la razón por la cual me atreví a decir en otra parte que la llamada oposición es innecesaria.

Las batallas culturales de la hora actual se presentan bajo la forma de luchas binarias entre entidades más o menos homogéneas, que no parecieran tener fisuras internas: el Estado contra el mercado, el gobierno contra el monopolio de medios, la "cultura k" contra la derecha gorila, y así. De ninguna manera pretendo decir que eso no exista, que sea pura invención. Ninguna ideología puede aspirar  a eficacia alguna si no contiene un momento de verdad. La cuestión es, por supuesto, la relación de ese momento con la totalidad, compleja y abierta, de lo que está en juego. La reducción de la batalla cultural a esos bloques de oposiciones no me resulta convincente. En primer lugar los opuestos tienen muchos canales de comunicación subterráneos: puesto que hasta nuevo aviso estamos en la sociedad capitalista, el Estado no es el opuesto al mercado, más allá de los ocasionales conflictos  que puedan plantearse entre ellos. Y el gobierno no siempre estuvo por principio contra el monopolio mediático; y Dios sabe que hay una porción no desdeñable de derecha dentro del espacio del gobierno.

En segundo lugar, cada uno de esos bloques de oposiciones está atravesado transversalmente por los conflictos estructurales de la sociedad; para decirlo brutalmente, por la lucha de clases. Por supuesto, lo que se llama la lucha de clases no está siempre nítidamente expuesta y transparentada como se la describe en los manuales. A decir verdad, nadie vio una lucha de clases en estado puro. Ella se manifiesta por todo tipo de desvíos y transfiguraciones materiales y simbólicas, y a veces bien directas y violentas como lo vimos en el caso del asesinato de Mariano Ferreyra.

Es, entonces, cuando emerge el "exceso" que las cosas realmente vuelven a su lugar, y entonces se puede apreciar que los enemigos en la batalla cultural eran menos irreconciliables de lo que parecían, puesto que tironeaban respetando las coordenadas de la misma lógica política y que por lo tanto eran complementarios en la confrontación de la famosa hegemonía cultural.

Un frente de izquierda es un exceso, o puede serlo: depende lo que hagamos con él. Es un exceso al que debemos someter a crítica permanente, atendiendo a sus actuales o potenciales defectos.

Cuando se dice "las revoluciones han fracasado", más bien habría que poner el acento en si ese fracaso justifica la pérdida del deseo de volver a hacer el esfuerzo, puesto que si esas revoluciones fracasaron, entonces, todas por definición van a fracasar.