sábado, 11 de febrero de 2012

EL FIN DE LOS TIEMPOS...


































2012. Febrero. 70 grados de temperatura separan a Varsovia de Buenos Aires. Lo climático y lo económico (sus desastres) son todo lo que podemos observar: ríos congelados, protestas sociales ante el ajuste -fundamentalmente en Grecia y España- desfilan ante nuestros ojos en un concurso de desgracias que parece no tener fin. Lás imágenes de la gente alocada corriendo en el estadio en Egipto, o del horror en las calles de Siria también resuenan una y otra vez.
La escena local tampoco ayuda. Inglaterra, a 30 años del bochorno de Malvinas, llega a las islas con un príncipe (me pregunto si, en pleno siglo XXI, pueda llegar a existir una palabra que genere más asco, más repulsión) para visitar la flora y fauna y no lo hace provisto de un carpa y equipo de mate, sino de armas nucleares, lo que motivó la denuncia por militarización presentada por el canciller argentino ante la ONU.
En Enero, durante mi estancia en el Alfar en Mar del Plata, tuve un relación casi nula con internet, las revistas, la radio y la televisión. En un bar que iba ocasionalmente tenía acceso al diario, y en esos accesos ocasionales, empecé a percibir que el año, aún en pañales, presentaba una atmósfera más que densa.
Nunca fui lector de crónicas policiales; sus páginas son las que suelo pasar en el diario apenas prestando atención a los títulos. No fue la excepción este verano, sin embargo, algunos de estos titulares -entre los que recuerdo puedo mencionar el del menor abusado en una comisaría- me parecieron de una brutalidad abrumadora.
La brutalidad entonces -la social pero también la climática- no es otra cosa que el decantamiento de formas sociales de vida (el llamado capitalismo salvaje) que, con el paso del tiempo, y ante el desborde de los límites de tolerancia pautados en la interacción civil por los tipos que detentan el grueso del poder, fueron consolidando -entre los ciudadanos- condiciones darwinianas de existencia.
A veces me resulta esperanzador la idea de una refundación vital, de un gran big bang moderno. Claro, no estaríamos allí para ver lo que podría llegar a emerger de semejante coalpso energético, de semejante emanación de vida. Y, entonces, no estaríamos allí para ver que -tal vez- haya una relación proporcional entre la evolución de las sociedades y la evolución de las formas destructivas de habitarlas. La famosa pulsión de muerte freudiana que obtura la pulsión de vida en su afán de abrirse paso...
Sobre los límites -humanos, climáticos- solo podemos esbozar teorías, vagas proyecciones.
Sobre el fin de los tiempos podemos decir -con absoluta certeza- que, de venir, será televisado y que, si tenemos suerte, nuestras lágrimas -nuestro dolor de ya no ser- serán las gotas de lluvia del mundo del mañana.

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