sábado, 29 de noviembre de 2014

SIN QUERER QUERIENDO...












 



Si toda muerte -o casi toda- implica una tristeza y una fatalidad (o la tristeza ante toda fatalidad), este año parece haber sido uno demasiado pesado al respecto; demasiadas bajas demasiado significativas. Es verdad, no fueron todos los casos parecidos. No todos estaban atravesando una  misma situaciòn -biològica, acadèmica o artìstica- y, ademàs, no todas las muertes resultaron igualmente sorpresivas (no fue igual enterarse de la muerte de China Zorrilla que de la de Robin Williams), no todas resultaron igualmente conmovedoras (no fue lo mismo la muerte de Cerati  que la de Eliseo Veròn o la de Ernesto Laclau), pero todas resultaron -sin lugar a dudas- muchas.
Y si hablamos de conmover, no hay forma de evitar sentir un sacudòn si el que muere tiene que ver con nuestra infancia y la infancia de varias generaciones. Porque con la infancia no se jode. Con el chavo no se jode porque el chavo cubriò esa parcela sagrada de nuestras vidas.
Una curiosidad del personaje: un viejo que hacia de niño. Y un niño que no envejeció a pesar de la llegada de internet, de facebook, de los smartphones y de todas esas cosas que, hoy en día, parecen estar hechas con todo el  oxìgeno que se encuentra disponible en este mundo y que el chavo nunca hubiera tenido; y no sólo por falta de recursos econòmicos. A èl sòlo le interesaba jugar y poder comer su torta de jamón.
Pero si el chavo sigue vigente -como efectivamente pasa- entonces otro mundo, aún hoy, es posible.
El chavò, que era huèrfano, muriò ayer. Pero prendo la tv y lo sigo viendo, peleándose con Quico. Y me alegra saber que sigue vivo, que no nos dejó huèrfanos.

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