miércoles, 11 de enero de 2012

LA ERA DEL VACIO...









Gilles Lipovetsky (París, 1944), uno de los 12 intelectuales franceses más influyentes según la revista Le Nouvel Observateur, habla para M Semanal de su último libro, La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada (Barcelona, Anagrama, 2010), coescrito con Jean Serroy. En esta conversación, el filósofo comparte sus ideas sobre los cinco fenómenos que han redefinido nuestros hábitos y han provocado las crisis que vivimos: el mercado, la tecnociencia, las industrias culturales, el consumo y el individualismo.

Durante esta larga conversación Lipovetsky se muestra en toda su complejidad. Explica que el lujo y la moda le interesan sólo como temas de estudio, pues su vida es simple y desprovista de cosas materiales: el exceso le atrae como un reto intelectual, pero en su vida personal busca la moderación. Se confiesa adepto a Facebook y a las nuevas tecnologías como parte de su campo de investigación, y dice que ya cuenta con más de mil amigos, un número siete veces más alto que la media francesa.

En su libro habla de varios fenómenos que han provocado cambios profundos en nuestra sociedad. Usted llama a esa transformación “la cultura-mundo”. ¿En qué sentido la globalización no es sólo una realidad económica sino también —y sobre todo— una cultura?

GL: Cuando se habla de la globalización, uno piensa inmediatamente en factores geoestratégicos o geopolíticos (la desaparición de la Unión Soviética, por ejemplo), pero es también una cultura, un modo de conciencia, de percepción, un sistema de valores desde el cual se percibe un mundo donde las fronteras se erosionan. En primer lugar, es una cultura de mercado. Sabemos que el mercado no es una invención actual, pues siempre ha habido una cierta cultura de mercado, la cultura de la rentabilidad. Sin embargo, esta cultura era limitada en varios sentidos: limitada en el espacio, pues el mundo del mercado era el mundo occidental. Incluso en Occidente esta cultura era interrumpida por múltiples factores como el arte, la nación, los deportes, la escuela, el servicio público. Todos ellos ponían un límite al mundo del mercado: cuando se creó, el Museo de Louvre no estaba en competencia con otros museos y no tenía el imperativo de rentabilidad. Esto ha desaparecido. Hoy en día, la cultura de mercado es planetaria —estoy incluyendo a China. Ya no hay un solo país que esté al margen de la empresa privada, del mundo de la competitividad y la rentabilidad. La lógica del mercado ha invadido las esferas que antes estaban protegidas, incluyendo la esfera educativa. Las escuelas, las universidades están en una competencia mundial, deben ganar dinero, y los museos sirven a los intereses económicos de la región. En segundo lugar, el libro habla también de la tecnociencia como algo que va más allá de la técnica, pues ésta ha creado una cultura planetaria. Tomar el teléfono, bañarse en la regadera, tomar una pastilla, usar una computadora son hoy en día gestos elementales que se han vuelto planetarios. La técnica genera conductas que se han globalizado.
En tercer lugar, aparecen los medios masivos de comunicación, es decir, las industrias culturales: la televisión, el cine, la música. No hay ninguna nación que esté fuera de este desarrollo de los instrumentos de comunicación y de aquello que los acompaña: el consumo cultural. Cuando murió Michael Jackson, todas las generaciones jóvenes —incluyendo las chinas— se enteraron. Todos nos hemos convertido en consumidores de cultura, de películas, de programas de televisión, con la hegemonía estadunidense actual que domina ampliamente el mercado de las industrias culturales —el cine estadunidense ocupa 85 por ciento de las plazas de exhibición. En Estados Unidos las ganancias generadas por el cine, la música y la televisión ocupan el primer lugar de exportación del país. La aparición de internet hace 20 años ha cambiado los medios, ya que participamos en la comunicación instantánea que elimina las distancias: lo lejano lo es menos porque uno está en contacto con la gente o con los acontecimientos del otro lado del mundo. Quiero aclarar que este acercamiento no significa que han desaparecido los conflictos. Por ejemplo, todos usan software estadunidense, e incluyo a los países árabes donde se detesta y rechaza a Occidente y en particular a Estados Unidos. Los latinoamericanos tienen una percepción de la realidad diferente de la de los gringos. Pero hay una conciencia planetaria que no ha destruido las diferencias culturales. Empero, se utilizan las mismas herramientas, pero las diferencias culturales están a la vista. La paradoja consiste en que nunca antes el mundo occidental había sido tan penetrante (pues la técnica y el mercado son occidentales) y tan rechazado. Esto nos muestra que los factores culturales guardan una fuerte autonomía.

Hay otros dos factores que son muy importantes para esta cultura-mundo: el consumo y el individualismo. El cuarto rasgo es el consumo: es evidente que el universo consumista está muy mal repartido en el planeta. Hay millones de personas en el mundo que sobreviven con dos dólares al día. Pero el problema es que ellas conocen el primer mundo. Ya no exite ninguna nación en el mundo que no aspire a ser parte del universo consumista. Éste es incluso un factor importante para la migración hoy en día. Anteriormente, los inmigrantes eran perseguidos políticos o gente que moría de hambre; actualmente hay toda una inmigración en nombre de la calidad de vida. El consumo se ha vuelto una verdadera cultura que ocupa una gran parte del tiempo y de las aspiraciones. En América Latina las ciudades se vacían los domingos, a excepción de los centros comerciales, que son el lugar de encuentro. Las encuestas muestran que una de las motivaciones principales del turismo es ir de compras. Los turistas tendrán acceso a las mismas marcas, pero eso no importa: irán a Nueva York. ¿Por qué allí? ¿Para ir al Museo de Arte Moderno? No, para ir de compras. Las compras (el shopping) se ha convertido en una actividad turística masiva. Los modos de vida se han vuelto completamente dependientes de las lógicas de las marcas y del consumo para la mayor parte de las actividades de ocio. Turistear, escuchar música, viajar, ver la televisión: nos hemos vuelto hiperconsumidores. No hay sector que escape. Cuando tomo el Metro, veo a la gente con su iPod escuchando música comprada o descargada de internet. Y observamos hoy en día que esta aspiración al consumo ha ganado por completo a los países emergentes. Hay un verdadero fetichismo del consumo de marcas en China, Rusia o Brasil: estudios muestran que los jóvenes conocen mejor los nombres de las marcas de lujo que los nombres de personajes de la historia, la literatura o la religión. El consumo es, junto con el amor, el otro gran sueño de la vida privada. La gente sueña con viajar, con tener una casa bella, con las marcas, con comprar y cambiar. Esos son los sueños de la mayor parte de la gente. Y esto se relaciona con el primer punto. Es decir, que anteriormente las élites estudiaban Humanidades y ahora se inscriben en las Escuelas de Negocios porque es allí donde se gana dinero. Y con el dinero uno puede consumir. Allí es donde uno ve la coherencia de esta cultura-mundo.
Pasemos al quinto rasgo, que es fundamental y al que me he dedicado por más de 30 años. Me refiero a la individualización del mundo. Esta lógica, que nació en Europa y que hace mancuerna con el Occidente y la democracia moderna, se ha convertido en un valor capital que ha ganado terreno en el planeta y que adquiere formas diferentes según la cultura. Hay varios ejemplos que lo confirman: en los países emergentes se observa un individualismo posesivo: ganar dinero, hacer negocio. Esta lógica consumista es una de las facetas de la cultura individualista. Poco a poco se va imponiendo el principio de que cada uno es responsable de gobernar su propia existencia, independientemente de las tradiciones. En mis dos últimos libros (La cultura-mundo y El Occidente globalizado, éste de próxima publicación en español) explico que esta dinámica de la globalización significa que cada vez se debilita más el poder restrictivo que las grandes instituciones ejercen sobre la vida privada de la gente. Este es el verdadero significado del individualismo, y cada vez gana más terreno incluso en los países árabes, que vomitan el individualismo y el materialismo; se puede constatar que en esos países las mujeres tienen cada vez más voz en el número de hijos que desean tener, y en Irán las mujeres tienen en promedio el mismo número de hijos que en Francia. La paradoja consiste en que dicho país rechaza la modernidad individualista, para ellos sinónimo de decadencia, aunque en la realidad social los comportamientos ya son individualistas. Los iraníes ven la televisión, se conectan a internet, van a Dubai de compras, las mujeres controlan la natalidad y también acuden con frecuencia a la cirugía estética. Esto me ha llevado a rechazar la tesis de Samuel Huntington sobre el choque de civilizaciones, porque en realidad todas las culturas hoy en día se ven influidas por las mismas fuerzas. No dejo de admitir que hay oposiciones; sin embargo, la oposición Oriente-Occidente no es la más importante. Por ejemplo, a los sunitas les aterroriza el poder que van adquiriendo los chiitas, aunque compartan la misma religión. Hay una fuerte enemistad entre los pakistaníes y los indios, y una mayor rivalidad entre China e India que entre India y Occidente. Este es el primer argumento. El segundo es que, en el fondo, todos los países, todas las culturas, todas las civilizaciones son movidas por las cinco fuerzas que he mencionado: el mercado, la tecnociencia, las industrias culturales, el consumismo y el individualismo. Estas fuerzas son un factor de unificación planetaria pero no de uniformización, pues también hay conflictos. Creo que en esta cultura-mundo las fuerzas que nos unen son mayores que aquéllas que nos separan.

LA EDUCACIÓN, PUNTO DE PARTIDA

Usted argumenta que hay algunas ambigüedades en esta cultura-mundo, y afirma que no es sinónimo de estadunización, ni tampoco de homogeneización del pensamiento. ¿Dónde están, entonces, los verdaderos desafíos de esta cultura-mundo?

GL: La cultura-mundo tiene varios desafíos. El primero y más importante en el corto plazo tiene que ver con las desigualdades sociales. Tanto en Europa como en el resto del mundo es la misma cosa: hay una enorme brecha entre los individuos. Ustedes en América Latina tienen perfecto conocimiento de esto. Todo ocurre de tal manera que hay personas que tienen acceso a esta cultura de mercado y de los medios, y otras que no entran a ese mundo. Incluso hay una concreción física de esta enorme diferencia: me refiero a las urbanizaciones cerradas que están muy extendidas en Estados Unidos y ahora también en Brasil y México. Allí están, con vigilancia y seguridad extremas, demostrando cómo la sociedad se fractura. Las ciudades donde antes había un espacio público generalizado tienen ahora sectores con sus propias reglas y su propia vigilancia; pero son los olvidados, aquellos que se quedan fuera de ese circuito, aquellos que no entran en la competitividad mundial quienes representan un enorme desafío. Si uno no educa a estas personas, va a reproducir esta fractura y eso crea una sociedad de inseguridad detestable que se volverá contra nosotros.
El segundo desafío es el individualismo, que, llevado al extremo, crea ansiedad y también nuevas formas de comunitarismo. La comunidad protege, da un marco de referencia a la gente. Creo que esto será inevitable en el futuro, pues el individualismo hace estallar los controles, las comunidades. Algunas personas se las arreglan, pero otras se sienten totalmente perdidas. Esto abre la puerta a los gurús, a las sectas, a nuevas comunidades fanáticas.
El tercer desafío es la globalización, pues ha desarrollado nuevas redes criminales a nivel mundial, como las de la droga, que son una amenaza constante para la paz, la seguridad de las personas e incluso para la democracia. El problema es grave. Le diré francamente lo que pienso: creo que nos equivocamos en mantener una política de prohibición de la droga. En ese sentido soy liberal. Tenemos el ejemplo de la prohibición del alcohol en los Estados Unidos, que fracasó, pues creó a Al Capone. Si queremos luchar contra estas redes criminales, debemos dejar de prohibir el consumo de drogas y el Estado debe crear sistemas de control que sequen las redes mafiosas y permitan una mayor higiene pública y menos riesgos de sobredosis. En este momento gastamos millones de dólares a escala planetaria para luchar contra estas redes; si retroceden en un país, se desplazan a otro lugar y aumentan en países como México. Desde hace 30 o 40 años se dirige una guerra con un presupuesto gigantesco. El error está en el punto de partida, es un error político pues es una guerra perdida de antemano.


El cuarto desafío es la cultura. ¿De qué manera la escuela y la cultura pueden rivalizar con la televisión, con el internet, con las distracciones? Hay una serie de fenómenos que han provocado que la cultura haya perdido el estatus del que gozaba antes, que la han hecho menos deseable, que la han convertido en un elemento de consumo. Para mucha gente, incluyendo a los profesores de la actualidad, planear las vacaciones es más importante que la lectura. Porque la cultura de consumo tiene un poder de seducción, de atracción, de pasividad que no tiene la cultura. Hay también un consumo de cultura mediocre que se ha vuelto mercantilizada. No podemos decir que los programas que se ven en la televisión son un modelo deseable, pues la cultura mediática no es muy enriquecedora que digamos. Dicho esto, hay que señalar que éste es menos grave que los otros desafíos. Creo que la época en que la cultura era sagrada pertenece al pasado. La cultura tiene hoy menos peso, menos importancia simbólica en la vida de la gente, y al mismo tiempo hay mucha más gente que tiene acceso a la cultura. Pienso, por ejemplo, en la música. Me impresiona, cuando voy en el Metro, la cantidad de gente que la escucha. También veo a la gente —incluso en el Metro— leyendo libros, novelas. A propósito, el mundo editorial no está en crisis, es un sector que escapa a la crisis. Entonces, el fenómeno de la cultura es bastante complejo: hay menos grandes lectores, y sin embargo la gente continúa leyendo. Leen en función de su estado de ánimo, de su interés, de lo que sucede a su alrededor.
De todos modos, estoy convencido de que frente a esto no es la reforma de las industrias culturales lo que cambiará las cosas, sino la educación, es la escuela la que debe provocar el deseo de estas cosas. No son los medios masivos de comunicación sino la escuela. La reforma tiene que provenir de los consumidores; si no se tienen las claves, uno podrá dejar los museos abiertos y gratuitos y la gente no irá. ¿Para qué ir a los museos pudiendo ver la televisión? La gente irá si tiene una motivación. No es sólo cuestión de dinero. Uno también puede amar u odiar los programas de televisión y a mí eso no me inquieta. Los verdaderos problemas culturales se encuentran en que cada vez más gente tiene dificultad para leer, incluso en los países desarrollados. Hay un fracaso escolar, en la educación básica, y eso es intolerable, inadmisible, un verdadero escándalo. Entiendo que reformar el sistema monetario internacional puede ser complicado, y dudo que sea posible transformar la tecnociencia. En cambio, que gente que pasa 10 años en la escuela no pueda leer correctamente es completamente ininteligible. Es un fracaso y un escándalo, y me preocupa mucho más que los programas de televisión, puesto que actualmente estamos en un sistema en el que el consumo cultural no es homogéneo, y tal vez nunca lo ha sido. La gente tiene gustos diferentes. A uno le puede gustar algo kitsch y al mismo tiempo ser un lector de Marcel Proust. La cultura-mundo favorece este tipo de contrastes. En Francia hay una cadena de televisión que se llama Arte que hace cosas realmente buenas, de calidad y accesibles, y sólo tiene 30 por ciento de audiencia; pero uno no va a forzar a la gente a ver Arte. Es por ello que insisto en el punto de partida, en la educación. Es muy importante que la gente tenga opciones.

EL PELIGRO DEL COMUNITARISMO

Hoy en día uno puede constatar que en Europa hay una tendencia a cuestionar el multiculturalismo. Angela Merkel declaró recientemente: “No hemos logrado integrar a los inmigrantes”. Las leyes de migración europeas se están volviendo más estrictas. En su libro hay una postura muy clara de defensa a la sociedad multicultural. ¿Qué opina sobre lo que pasa actualmente en Europa?

GL: Afortunadamente existe el multiculturalismo, gente de diferentes religiones, de orígenes y lenguas diversas. Eso no causa ningún problema. Lo que es problemático e incluso peligroso, en mi opinión, es el comunitarismo, que es que uno se piense en primera instancia como miembro de una comunidad y no como ciudadano, dejando a un lado la nación en nombre de un particularismo. El interés general desaparece, la ciudadanía desaparece en beneficio de la comunidad, y ésta muchas veces rechaza o puede rechazar las reglas de la ciudadanía democrática. La comunidad puede ejercer un verdadero terror en la gente. Hay varias cuestiones en las que el peso de la comunidad es tal que tiene a las mujeres en un verdadero estado de esclavitud. Hay una amenaza que se ejerce sobre los más jóvenes, sobre las mujeres y que es perjudicial para la unidad de la nación porque las comunidades se atacan unas a otras. Incluso en los países de tradición más tolerante, como Holanda, hay un problema de rechazo a ciertos comportamientos musulmanes. Yo a eso no le llamo multiculturalismo, pues yo pienso que los musulmanes tienen su lugar si respetan las leyes fundamentales de la República; respetarlas es bueno para todos, pues es una manera de liberarse de la influencia de la comunidad. No hay naciones sin leyes y las leyes deben ejercerse para todos. Yo no soy especialista, pero considero que no hay ninguna razón para pensar que la inmigración es un fenómeno aparte, y que como todo fenómeno exige una regulación, pues si no la hay las cosas terminan mal. Ya lo vimos en el aspecto económico. Es tan mala la coacción totalitaria como la ausencia o insuficiencia de reglas, pues eso provoca muchos problemas. Así pues, creo que son deseables unas leyes más inteligentes y no necesariamente más drásticas. Ha habido errores, como el de la política francesa, que ha pretendido estigmatizar a los gitanos. Estigmatizar a un grupo no honra a la República. En una sociedad democrática se estigmatiza a individuos, a culpables, pero no se puede señalar con el dedo a una comunidad, pues esto crea un ambiente malsano que no es compatible con el ideal republicano. Creo que este problema continuará en el futuro si tomamos en cuenta que Europa está al lado de África, donde hay millones de personas que viven en la extrema pobreza y que se sienten atraídas por el canto de la sirena del consumo y bienestar europeos. No hay que engañarse, el problema no se ha solucionado. Por ello, los europeos en conjunto deberíamos contar con políticas de concertación, pero también con políticas de control y de ayuda a los países del Este y de África que estimulen su desarrollo, pues si no hay desarrollo la inmigración continuará.

Tomemos un último ejemplo que muestra cómo el comunitarismo me parece execrable. Un ejemplo radical: la ablación del clítoris. Uno podría decir: “Son sus reglas, sus leyes, su tradición, y hay que respetarlos”. Este es un punto de vista relativista que yo no comparto. Desde el momento en que estamos en un mundo que no es el mundo de la tradición, conservar una conducta preindividualista me parece un crimen. El respeto al cuerpo humano forma parte del ideal universalista que se aplica a todas las religiones, a todas las personas sin importar raza, credo o color. Es el ideal universalista el que debe primar. En nombre del respeto no se debe tolerar ni la ablación ni la poligamia. Hay que respetar las tradiciones mientras que éstas no vayan en contra de los ideales universalistas. Para decirlo de otra manera: me parece legítimo ir a la mezquita o construirla, pero construir una mezquita es un acto de multiculturalismo y no de comunitarismo, pues las personas tienen derecho a ejercer libremente su religión. Sin embargo, ejercer libremente su religión no es lo mismo que practicar la ablación del clítoris.
Lo primero es compatible con el ideal universal del respeto a la persona, a su cuerpo y a su integridad. Sine embargo, lo segundo es inaceptable. Así pues, yo diría que el principio general es que hay que aceptar toda religión o comunidad cuyas prácticas, creencias y costumbres no choquen con el ideal humanista y universalista. En esta dirección el multiculturalismo me parece deseable, pero el problema empieza en el momento en que se convierte en comunitarismo.


MUNDO IMPERFECTO, PERO NO EL PEOR


La Reina de Inglaterra abrió recientemente su página de Facebook. Muchos líderes políticos la utilizan. Usted también está en esa red social. ¿Es indispensable?

GL: Quisiera contar una historia. Yo me metí ya tarde a Facebook, y lo hice porque en ese momento estaba escribiendo algo relacionado con las redes sociales y pensé que la mejor manera de conocer este tema era participar en él. En realidad, hago poco. Le dedico a Facebook cinco minutos al día, no me toma mucho tiempo. En lo que a mí respecta, creo que esa red es una de las figuras de la cultura-mundo, porque recibo muchos más mensajes de diferentes partes del mundo que de Francia. Una gran cantidad proviene de América Latina. En cuanto a su pregunta, yo creo que Facebook no es un indispensable, pues se trata de una gran banalización: con 500 millones de usuarios, ha caído en una especie de cotidianidad hecha de conexiones y usos diferentes. Considero que hay un aspecto profundamente individualista en Facebook, pues es un espacio para hablar de sí mismo y donde cada uno se sube al escenario. Lo que allí se dice de sí mismo es muy diferente a aquello que cuenta la gente cuando escribe sus memorias. Hoy en día lo que importa es decir qué te gusta. Se dice que Facebook es una red social, pero para mí es una red emocional; hay incluso gestos que indican cuando algo te gusta o te disgusta. La gente ve tus fotos, te envía fotos y tú dices si te gustan o no, ¡y eso es todo! Lo esencial es comunicar lo que has vivido, tus sentimientos: siento, luego existo. Ya no es “pienso, luego existo”, sino “yo siento, luego existo”, o bien “yo soy lo que siento”.

Esta es la nueva figura del individuo, una especie de individualismo emocional, en el fondo poco argumentativo y muy subjetivo con un colorido artístico, con ligas a imágenes y música. Es increíble. La gente se comunica pero no habla mucho de política sino de la última película que han visto, un fragmento musical, las fotos de sus hijos, sus amigos y sus viajes, una pintura que les gusta, su grupo favorito. En Facebook todos son fans de 50 mil cosas y tú eres de lo que eres fan. Estamos en una zona ilimitada y diversa que abarca diferentes estilos y gustos, lo cual refuerza el individualismo. Esta situación es muy diferente a la del pasado, pues antes todos escuchaban la misma música y eso marcaba el gusto de la gente. Hoy en día existe un consumo cultural ilimitado y accesible a todos, que no sólo expresa el individualismo de todos, sino que también lo desarrolla.

Pienso que Facebook no es el medio más invasivo en la vida de la gente. Lo más invasivo que se avizora en el porvenir son las nuevas tecnologías comerciales que harán posible localizar al usuario en donde quiera que se encuentre. Un GPS personal. Puede haber nuevas formas de control de ese estilo que me inquietan mucho más que esta red porque, insisto, uno puede parar Facebook cuando quiera.

La moderación es importante para usted. ¿Es posible lograr el justo medio en una sociedad dominada por la lógica del exceso?

GL: Esta reflexión sobre la moderación llegó en el momento de la crisis financiera, y en general en el momento de la crisis mundial ligada al hiperconsumo y por lo tanto a los desechos y a los daños en el medio ambiente. Nosotros tenemos un sistema hiper que se caracteriza por el exceso: el exceso financiero, de créditos, en la renovación de todas las cosas, y este exceso es ante todo peligroso para la economía, para el empleo, para el equilibrio del planeta e incluso para los individuos pues estamos en sociedades hiper pero no somos hiperfelices: el hiper ha dado como resultado la ansiedad, la depresión, el malestar, los suicidios.
Por otra parte, al escuchar a la gente vemos que una gran parte de sus aspiraciones tienen que ver con la moderación. Sí, la gente quiere consumir, pero si uno entra en el detalle, no es el exceso lo que les interesa; por ejemplo, las mujeres desean poder equilibrar la vida profesional y el hogar sin renunciar a ambas cosas. Allí está el gran ideal: encontrar la moderación para no sacrificar ni el trabajo ni la familia. Esto es importante, pues las mujeres representan 50 por ciento de la humanidad. Es difícil encontrar este equilibrio, pues la cultura-mundo empuja a la competencia, y ésta conlleva una lógica de exceso: hay que ganar, ser mejor que los demás. Allí está el problema: tenemos de un lado la aspiración a una vida moderada, al equilibrio, a la slow food, a la slow life, al bienestar, a una calidad de vida, pero al mismo tiempo el sistema en el que vivimos funciona en una dimensión hiper. Se diseñan regulaciones que son imperativas en todo lo relacionado con el clima, el CO2, la economía del carbono. Las regulaciones son indispensables para limitar los desbordes del capitalismo financiero. Se está intentando encontrar vías de compromiso, de límites. Sabemos que los grandes modelos llevados al extremo son malos. La economía administrada, como la hicieron los soviéticos, es detestable porque impide la libertad individual y el bienestar colectivo. Pero el liberalismo en exceso es indeseable también, ya vimos el precio que hay que pagar. El mercado es necesario pero con regulación. Algunas regulaciones deben ser impuestas por el Estado, y otras no: no en lo que respecta a la vida individual, pues es una sabiduría que cada quien se busca por sí mismo. En esta época de la cultura-mundo necesitamos una regulación mundial. El exceso es algo negativo que conduce al caos y al desorden. El exceso puede dar una satisfacción puntual, como la borrachera, pero en general se paga cara y en todo caso tiene un riesgo. Por ello, el exceso no puede ser un ideal. El equilibrio o la moderación, sí.

Usted hace un análisis imparcial y profundo, desprovisto de nostalgia, de esta cultura-mundo del presente. Usted no llora a las glorias del pasado, sino que acepta las nuevas lógicas de esta realidad sin juzgarlas como necesariamente negativas.

GL: Yo no tengo ninguna nostalgia por el pasado. Tengo demasiada conciencia de lo que ha sido el siglo XX para ver que el alto valor atribuido a la cultura se pagó con el horror: dos guerras mundiales, genocidios, campos de concentración y de exterminio. Los nazis eran personas cultas y eso no les impedía exterminar a sus congéneres. Creo que el respeto a los valores humanos es más importante que el respeto a un museo: prefiero una civilización en la cual hombres y mujeres sean respetados, a una donde abunden los conciertos de Wagner.
El fetichismo de la cultura no es lo mío. La gente critica mucho el tiempo presente, pero nadie quiere dar marcha atrás: nadie quiere regresar a un estado donde se imponía el matrimonio, en el que era imposible la separación o el divorcio, donde uno permanecía en su pueblo para siempre, donde las mujeres no podían tener la profesión que deseaban, y en el que el control de la natalidad era escaso. En el mundo en que vivimos hay muchas promesas; se viven más años en forma y uno puede tener múltiples experiencias en la vida gracias al mundo de hoy. Por ello no tengo ningún tipo de nostalgia. Creo también que este mundo es imperfecto, ya lo he dicho en varios momentos, pero no es el peor de los mundos. No es bueno pues hay mucha gente que sufre, hay mucha miseria; sin embargo, la cultura-mundo es en general una oportunidad para el planeta. La cultura-mundo ha dado siete años más de vida a los chinos. Hoy en día hay centenas de millones de personas que viven una vida aceptable. La apertura del mercado ha creado economías como la china, la india, la brasileña y otras que se encuentran en un camino que las acerca a un mundo de bienestar, aunque no sea totalmente un mundo satisfactorio. Sin embargo, los ecologistas radicales dicen que ésta es una ensoñación que vamos a pagar muy cara, pues el planeta no podrá soportar el modo de vida occidental, ya que no hay suficientes minerales, habrá mucha más contaminación y, en fin, que este tipo de vida nos conducirá al desastre. Creo que este argumento es exacto, pues necesitaríamos seis planetas si todo el mundo consumiera como los estadunidenses y los europeos, y no los tenemos. Entonces, ¿qué vamos a hacer? Esta es la razón por la que yo defiendo incansablemente la inversión de los Estados en la investigación, la educación, la formación. Éste es el único camino que tenemos. Insisto que debemos invertir en la búsqueda de nuevos medios de producción y de consumo que harán posible un bienestar planetario que a la vez no destruya las oportunidades a las generaciones venideras. La solución se encuentra en la inteligencia humana. Creo que, en el largo plazo, la inteligencia humana es el único camino hacia el futuro.

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