miércoles, 25 de enero de 2012

LAS COSAS POR SU NOMBRE...(2da. ENTREGA)



Segunda entrega del libro de Martín Caparrós...

KIRCHNERISMO

"La candidatura de Kirchner no fue la consecuencia de ninguna construcción política: no tenía detrás un programa, un partido, un movimiento que lo apoyara; fue el resultado de esas casualidades que lo pusieron en un lugar inverosímil, que ni el mismo esperaba. Se benefició con el apoyo de Duhalde y se benefició sobre todo de su ambigüedad: nadie sabía quién era, qué haría, lo cual en ese momento era lo mejor que le podía pasar a un candidato.
Más allá de sus detalles, la idea básica de su discurso era la de reconstruir el Estado Argentino y reparar el mercado interno para mejorar el funcionamiento del capitalismo criollo.
El primer efecto del gobierno Kirchnerista fue la recuperación de la confianza en la delegación democrática. Kirchner hablaba de utilizar los instrumentos que la Constitución y las leyes contemplan para construir y expresar la voluntad popular. Ahora, ocho años después, sabemos que sus gobiernos nunca convocaron a ninguna consulta popular. Y que, más aún, todas sus decisiones furon tomadas en un grupo tan pequeño, tan cerrado, tan incapaz de consultarlas, que sólo ese mecanismo explica la cantidad sorprendente de errores cometidos.
El kirchnerismo forma parte de una tendencia hacia la centroizquierda que atravesó América Latina después del gran fracaso neoliberal, favorecido por el fin de la guerra fría y el aumento de los precios de las materias primas que produce la región.
La recuperación de la confianza en la delegación democrática no sólo era necesaria para desalentar búsquedas alterativas; también era indispensable para encarar la reconstrucción del Estado. Los argentinos veníamos de un largo período de propaganda antiestatal, que confluyó en el 2001 con el rechazo radical de la clase política a cargo de la conducción de ese Estado denigrado. En ese clima, cualquier tentativa reestatista habría sido imposible por impopular.
Reconstruir el Estado no garantiza nada en cuanto a su uso posterior; sólo supone armar una herramienta que sirve para controlar a los ciudadanos y también, ese poquito, a los más ricos. O sea: que serviría, eventualmente, para que alguien lo usara para eso si quisiera. Y podría servir, incluso, más eventualmente, para garantizar que la mayoría tenga acceso a ciertos derechos mínimos.
Los privatistas no son los que quieren que no haya Estado; son los que pretenden que el Estado se limite a su papel de represión y control, y les deje hacer lo que quieran con el poder que les da su dinero. Su gran argumento -tan pegadizo, tan defendible- es la idea de que el Estado es inútil, una cueva de ladrones y, sobre todo, una runfla de incapaces. Es una idea difícil de sostener. Si el Estado no es capaz de administrar una compañía eléctrica o una empresa telefónica, menos, mucho menos, puede manejar la Argentina. O sea: un gobierno no puede usar esa explicación para privatizar, porque entonces lo primero que tendría que hacer sería tomarse el helicóptero. Pero la idea prendió: gracias a ella, lo sabemos, el peronismo de Menem malvendió casi todo.
Kirchner aprovechó ese cambio para reestatizar ciertos servicios y funciones. Lo hizo tan mal, con tan poca transparencia y credibilidad, que ahora los privatistas aprovechan para contraatacar, y tratar de instalar de nuevo aquella desconfianza. Una vez más, los errores y excesos del gobierno les permiten eludir la discusión de fondo."

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