sábado, 12 de mayo de 2012

TRÁMITE DE GÉNERO...




"Cristina Fernández Link"
Por Daniel Link para Perfil

En cuanto el Honorable Senado de la Nación aprobara la llamada Ley de Identidad de Género iba a presentarme al Registro Civil para solicitar la rectificación registral de mi nombre.
Había pensado hasta los últimos detalles y las conversaciones más pormenorizadas. Imaginé un diálogo con un alumno insolente al que le respondería: “Más respeto, joven, que podría ser su madre”.
¿Cuál nombre había elegido? Siempre sentí (autopercibí) que me habitaba una mujer de mucho predicamento. Decidí que iba a pedir llamarme Cristina Fernández (Cristina Fernández Link).
Por cierto, debo aclarar que sólo quería cambiar de nombre, sin intervención quirúrgica, terapias hormonales o cualquier otro tratamiento psicológico o médico. Tampoco afeites o cualquier instrumento de disimulo mimético (¡ni keratina!). Sólo cambiar mi nombre, y empezar de nuevo, como escritora y catedrática...
Cuando comuniqué mi decisión comenzaron los problemas: mi marido protestó diciendo que no se había casado conmigo para, ahora, tener que presentarme diciendo “mi señora”. Le recriminé su prejuicio misógino: ¡qué culpa tenía yo de qué el hubiera abrazado la causa del amor que no osa decir su nombre! ¿Iba yo a silenciar para siempre a la mujer de mucho predicamento que siempre me habitó por un capricho sexual suyo?
Después me llamó mi hija para contarme que se iba a México en viaje de trabajo. Le dije que a su regreso no tendría una madre sino dos, y se quedó muda. Me advirtió que no pensaba llamarme “Ma”, ni nada por el estilo y me acusó de querer arruinar nuestra excelente relación (porque sabido es que las hijas mujeres se llevan mal con sus madres). Censuró, por último, la elección del nombre: “no tenés cara de Cristina Fernández”.
Mi mamá (oficialista hasta el delirio, hasta defender a Boudou) no podía objetar la nominación, pero no le hizo ninguna gracia que le dijera “Siempre quisiste tener una hija, voy a darte el gusto”. “Ya estamos grandes para empezar de nuevo”, me contestó.
Cada persona a la que la notificaba de mi decisión tendía a rechazar de plano la rectificación registral como si se tratara de un pecado o de una frivolidad (o las dos cosas al mismo tiempo).
Yo sabía que iba a sufrir, pero decidí cumplir mi propósito: después de todo, vivir es atravesar un valle de lágrimas.
Cuando un amigo me sugirió que iba a tener que hacer trámites ante la AFIP, pedir la renovación de mis tarjetas de crédito, cambiar la cédula verde del auto, y otros mil trámites, desistí: demasiado Estado. Seguiré autopercibiéndome, en secreto, “Cristina Fernández”.

1 comentario:

  1. No entiendo por que un abogado y persona interesadas en el mundo de las letras recurre a esta bajeza.

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