sábado, 26 de mayo de 2012

TECNOLOGÍA DE PUNTA...




"Lobotomía celular"
Por Daniel Link para Perfil

Hace unos meses, una persona muy querida cumplía años y, como conozco sus fantasías como nadie, me propuse regalarle un “smartphone”, su más intenso sueño.
Entre mi ofrecimiento y la concreción del regalo pasó mucho tiempo, porque el modelo regalando (participio presente, como “amanda”, que implica obligación de) no estaba disponible o se había agotado hacía unos minutos o estaba disponible sólo para la compra on-line o, por el contrario, las unidades sólo se vendían en la agencia de tal barrio. Las pesquisas continuaron hasta que un día, inesperadamente, el modelo estaba, podía adquirirse, la portabilidad numérica podía tramitarse, qué felicidad para el que cumplió años.
Luego la portabilidad quedó trabada (aparentemente las miles de instancias que intervienen en el traspaso del número propio, el tatuaje bio-comunicacional, operan como predadores acechantes para bloquear el trámite) y el artefacto quedó en poder del cumpleañero, pero con número nuevo.
La programación del artilugio demoró una semana (incluidas las cargas de agendas múltiples y unificadas, y la prueba de las aplicaciones). Terminado el agobiante proceso, el (simpático, por cierto) teléfono inteligente demostró sus gracias: comparado con los antiguos celulares, no sirve para nada (útil), salvo reproducir una vela encendida (al soplarla, se apaga), una bandera con los colores del arcoiris (al soplarla, se agita), el “látigo de Sheldon” (el sonido de un látigo que, al hacerlo restallar, indica que alguien es un pollerudo), y todos los programas de comunicaciones e infames redes sociales imaginables (o incluso: inimaginados).
¿Es verdaderamente inteligente el teléfono? Lo único que hace es emitir sonidos todo el tiempo, porque ha entrado un mensaje de texto, o un WhatsApp, o una notificación de facebook, o porque una loca con ganas de sexo o amistad se aproximó al radio de alerta del aparatito. Es como un bebé que regurgita. O mejor: es como un cerebro de bebé que se ha salido para siempre de la cabeza del descerebrado que lo lleva en la mano y lo manosea en las mesas de los restaurantes.

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