Desde que terminó el último gran conflicto mundial, las guerras ya no son lo que eran. No se sabe bien cuándo empiezan ni cuándo terminan, no resulta fácil conocer a las naciones que participan en ellas, ni sus objetivos". El que habla es el filósofo Giorgio Agamben (Roma, 1942), profesor en la Universidad de Verona, traductor de Walter Benjamin al italiano y uno de esos pocos pensadores que, por la originalidad de su punto de vista y la profundidad de su discurso, consiguen hacer pensar, que provocan, sugieren y abren nuevas perspectivas.
Agamben continúa: "En términos técnicos, como definición jurídica, las guerras de hoy sólo pueden entenderse como guerras civiles, que son aquéllas donde no es posible distinguir a los militares de los civiles. Aunque sea una paradoja, el paradigma de las guerras en una sociedad global es la guerra civil. Y la figura extrema que resume la guerra civil a escala planetaria es el terrorismo".
Agamben lleva tiempo sumergido en una suerte de genealogía de la política, de investigaciones arqueológicas a propósito de las categorías que organizan la política de Occidente. "Si me voy al pasado es para explicarme el presente", dice, y ahí están sus reflexiones sobre el campo de concentración de Auschwitz para iluminar los derroteros que sacuden al mundo actual.
Pregunta. ¿Qué le interesó de Auschwitz para entender lo que ocurre ahora?
Respuesta. Su estructura jurídico-política, lo que hizo posible que pasara lo que pasó allí. Lo que permitió el horror. Los nazis no hicieron más que servirse de una figura jurídica, la del estado de excepción, para crear un espacio en el que todo estaba permitido, donde no había delitos porque no existían leyes. Intenté comprender Auschwitz como modelo, no como hecho histórico. Y ese modelo, el del estado de excepción, es el que se está convirtiendo en norma. Ahí está Guantánamo o están los sin papeles, una teórica excepción que es moneda común.
P. Las medidas puestas en marcha por la Administración de Bush después de los atentados del 11 de septiembre parecen confirmar ese modelo...
R. Los atentados representan el umbral a partir del cual se entiende un modelo que ya funcionaba mucho antes. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, posiblemente. Cuando se habla de estado de excepción, y de que hay ámbitos donde las leyes no valen, lo que también se señala es que cada vez sirven menos los grandes principios que inspiraban a los estados-nación, los que regían la política internacional. Donde no hay normas fijas, ni principios que acepten todos, lo que se impone es la gestión, el resolver los problemas de la manera que sea, y la policía se convierte en la figura central. A la policía se le permite hacer cosas que la ley no autoriza porque se entiende que se enfrenta con situaciones excepcionales. Pero cuando todo forma parte de un estado de excepción, se generalizan los métodos policiales.
P. Y ante esa situación, ¿qué puede hacer el ciudadano común?
R. El mismo concepto de ciudadano empieza a estar en peligro. Y cuando no hay principios de referencia, la pregunta ya no puede ser "¿qué quiero hacer?", sino "¿qué puedo hacer?". Hoy no hay ya manera de pensar ni de actuar en función de un escenario fijo, inamovible. Todo cambia, todo se mueve en un campo de tensión permanente. "Los golpes decisivos son los que se dan con la mano izquierda", decía un pensador italiano del siglo pasado. Y tenía razón: sólo queda lugar para pequeñas intervenciones, gestos, maniobras realizadas sobre la marcha, inmediatez.
P. Se ha negado a viajar a Estados Unidos después de que las autoridades hayan puesto tantos controles.
R. No es nada más que un pequeño gesto, no quería verme obligado a mancharme los dedos para dejar mis huellas dactilares. Pero me parecía un gesto necesario, oportuno, si se tiene en cuenta la falta de crítica que desarrollan los estadounidenses ante la política de su Gobierno. Me parecía mejor para mis alumnos que se preguntaran por qué no había ido a que se limitaran a asistir a un curso más. Afortunadamente, mi pequeño gesto ocasionó algo de revuelo y hubo un poco de discusión...
Lo que me interesa es intentar entender cuál es la función de la imaginación, qué hace el hombre cuando imagina. En realidad, no sabemos qué pasa ahí, cómo se desencadena ese proceso. Lo que sí sabemos, porque así lo han entendido muchos artistas, pensadores y cineastas del siglo XX, es que las imágenes viven. Y hay que entender su temporalidad, su vida. Creo, además, que, más que el pensamiento o el lenguaje, lo que termina por definir al hombre es su facultad de producir imágenes.
P. El lenguaje ha sido otro de los temas en los que ha trabajado, el lenguaje y su relación con la muerte.
R. No me ha interesado el lenguaje como comunicación, por lo que dice, por los contenidos que expresa. Lo que he querido entender, también en este caso, es cómo surge el hecho mismo de hablar, a qué obliga al hombre, a qué lo destina. No es muy diferente de lo que trato cuando pienso en las imágenes. Lo importante es el hecho desnudo, brutal, el gesto de hablar. Se produce entonces una especie de vacío, de interrupción, de estado excepcional. Se trata de una situación que se podría explicar imaginando a un animal que está cantando y que, de manera brusca, de pronto se da cuenta de que canta. Hay una minúscula interrupción, y esa interrupción es la que nos hace hombres, ese vacío.
P. En su reflexión sobre las imágenes se sirve de la obra de Aby Warburg, el gran historiador del arte.
R. Sí, trabajo sobre un proyecto que dejó incompleto, que tituló Mnemosine, y que pretendía ser un gran atlas sobre la genealogía de las imágenes y de la memoria en Occidente. Han quedado 70 paneles de cartón en los que iba colocando imágenes de procedencias muy distintas y que ordenó temáticamente. Lo que pretendía era reunir los grandes gestos de la humanidad.
P. Como una síntesis de las cuestiones esenciales que definen la condición del hombre...
R. Las imágenes son cristales cargados de memoria en los que se transmite la historia de Occidente. Y están llenos de energía. En uno de los cartones, por ejemplo, Warburg reúne imágenes relacionadas con la ninfa. Lo hace a partir de un cuadro de Ghirlandaio que le impresionó y que muestra a una mujer que se mueve muy rápido y que es sorprendida en ese instante en el que va de un sitio a otro. Ese gesto termina por ser como una interpelación que viene de muy lejos, es una imagen que nos cuenta algo de nosotros mismos. Por eso, Warburg va colocando junto a la ninfa de Ghirlandaio otras imágenes que responden al mismo gesto, y que pueden proceder de otros ámbitos, de la historia del arte, pero también del cine o la publicidad. Pero esa ninfa tiene también otra dimensión menos seductora y más cruel. Y para mostrar ese lado feroz, Warburg incluye a mujeres como Judith, en el instante de levantar la espada, o a Salomé.
Heterodoxo en su estilo, provocador por sus tesis, transparente cuando explica conceptos complejos, siempre brillante, el italiano Giorgio Agamben estuvo ayer en Madrid para hablar de las imágenes y el tiempo. Antes de su conferencia, volvió sobre algunas de sus viejas ideas, como aquella que señala a Auschwitz como modelo de la política actual...
No hay comentarios:
Publicar un comentario